Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Revista Mercurio

La ruta azarosa de la mafia

En Palermo, como en otros muchos lugares, habría que cerrar las horribles tiendas de 'souvenirs' que aún venden camisetas con referencias a la película 'El padrino'

La ruta azarosa de la mafia La ruta azarosa de la mafia

La ruta azarosa de la mafia / rosell

Aterrizamos finalmente en Palermo, casi sobre el mar Tirreno, en el aeropuerto Punta Raisi, conocido también como aeropuerto Falcone-Borsellino, en recuerdo de los dos jueces asesinados brutalmente por la mafia. Nos costó apartar la luz siciliana, los primeros dibujos montuosos, el mar azul de Prusia, incluso el urbanismo caótico de las afueras, de todo aroma a supuesta mafiositá (término acuñado por la escritora Simonetta Agnello-Hornby).

En absoluto habíamos llegado a Sicilia para hacer turismo siniestro. No teníamos interés alguno en leer las obras completas del sanguinario capo Totò Riina. Uno suele viajar a la isla para conocer el prodigioso arte normando, para visitar el entorno del rugiente Etna, para extasiarse con el barroco siciliano de Noto o Ragusa, para admirar la traza de los templos griegos en Agrigento y Selinunte o, llegado el caso, para deleitarse con las pinturas del exquisito Antonio de Mesina. Incluso hay a quien le da por hacer la ruta literaria de El Gatopardo o la de las novelas de Andrea Camilleri y su comisario Montalbano, mientras se recorren paisajes y localidades encastradas sobre estériles montañas.

Dicho esto, la casualidad quiso que pusiéramos pie en la primera iglesia que vimos abierta en Palermo. Entramos en San Domenico, atraídos por su ornamental fachada y sus dos campanarios gemelos. En el interior dimos por puro azar con la lápida donde yacen los restos del juez Falcone. En la marmolina se lee: Giovanni Falcone. Magistrato. Eroe della lotta alla mafia. Hacía sólo unos días atrás que su asesino, Giovanni Brusca (150 crímenes), salía de la trena tras 25 años de prisión gracias a su condición de arrepentido.

La matanza y el agujero casi nuclear provocado a la altura de Capaci, entre el aeropuerto y Mondello, acabaron con el juez, su esposa y tres escoltas el 23 de mayo de 1992. Días después sería asesinado en Palermo su colega Paolo Borselino. Un coche bomba acabó con su vida y con la de cuatro policías (entre ellos, Enmanuela Loi, la primera mujer policía de Italia que caía en acto de servicio). Entre el templo de Hera y el de la Concordia, en el Valle dei Templi de Agrigento, pudimos observar las estelas de hierro fundido que señalaban un curioso espacio: el Jardín de los Justos. Entre olivos y arbolillos frutales, con el Mediterráneo de trasfondo, vimos los recuerdos dedicados, entre otras muchas víctimas, a Falcone, a Borselino y a sus escoltas, como Enmanuela Loi.

Ahora, observando al ralentí las fotografías del viaje, uno se empeña en intentar ubicar dónde podría hallarse la via d'Amelio, al este del puerto de Palermo, donde fue asesinado el juez Borselino. Revisamos en vano las fotografías, como las que muestran las vistas desde lo alto de la iglesia de Santa Caterina, en dirección a las grúas portuarias y el más lejano Monte Pellegrino.

Igual nos ocurre ahora con el barrio de Brancaccio, cuando observamos, desde la ciudad en altura de Monreale (otra joya del arte normando), las afueras de la capital siciliana. Visitando otro día la catedral de Palermo dimos con la capilla del beato Giuseppe Puglisi, nacido precisamente en el mafioso Brancaccio y asesinado en 1993. Tenía 56 años y su muerte ocurrió el día de su cumpleaños. Un cómic publicado por Norma Editorial recrea el ambiente a omertá en los años crudos de Brancaccio.

Nos faltó visitar Corleone. Pero no tanto por tomar el pulso a la posible mafiositá del lugar, como para comprobar si es cierto que se levantan en este icónico enclave del interior 101 iglesias bien contadas. En Palermo, como en otros muchos lugares, habría que cerrar las horribles tiendas de souvenirs que aún venden camisetas con referencias a la película El padrino.

La noche antes del regreso, recalamos también por azar en Cinisi, localidad cercana al aeropuerto. Nuestro alojamiento se hallaba a dos pasos del Centro Cultural Guissepe Impostato. Frente a la puerta, de un árbol pendían, a modo de exvotos, camisetas y recordatorios diversos. Peppino Impostato, activista antimafia de izquierdas, fue asesinado en la noche del 8 al 9 de mayo de 1978. Su cuerpo se hizo reventar con TNT en las vías del tren para aparentar que fue un suicidio o que fue obra de un terrorista fallido. Discurrían por entonces los anni di piombo en Italia, los años de plomo (el mismo día del asesinato de Peppino apareció en Roma el cadáver de Aldo Moro en el interior de un maletero). Habíamos recalado pues en Cinisi, ajenos a la crónica de su histórica mafiosidad.

Por puro azar, nos habíamos topado con la lápida del juez Falcone el primer día y, justo el último, nos sorprendió el árbol de los exvotos en recuerdo de Impostato. La luz racial de Sicilia aún nos acompaña.

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