Tribuna

José María Agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

Con razón y sin razón en democracia

Las intuiciones, de naturaleza emocional, vienen primero, el razonamiento estratégico después. Este es el primer principio de la psicología moral aplicable igualmente a la política

Con razón y sin razón en democracia Con razón y sin razón en democracia

Con razón y sin razón en democracia

Las observaciones que actualmente permite la tecnología de la que disponemos para ver cómo funciona nuestro cerebro revelan que las áreas encefálicas del procesamiento emocional son las que inmediatamente se activan cuando se presenta la exigencia de un juicio moral o una toma de decisión. Se constata en tiempo real cuando se plantea a los sujetos de experimentación dilemas morales.

Las intuiciones, de naturaleza emocional, vienen primero;, el razonamiento estratégico, después. Este es el primer principio de la psicología moral aplicable igualmente a la política.

El devenir reciente de las democracias, en las que el ascenso de los populismos es preocupante tiene que ver con esa primacía de lo emocional sobre lo racional. Que prosperen en política personajes como Trump, Bolsonaro o el triunfante Boris Johnson, de corte bastante conservador todos, tendría que ver con que estos saben apelar mejor a fundamentos morales que tienen una poderosa conexión emocional, por factores evolutivos, con la psique de los homo sapiens, muy sensible a los fundamentos morales de la lealtad (particularmente la identidad nacional y el patriotismo), la autoridad (respeto por los padres, la ley y las tradiciones) y la santidad (religión y virtudes morales). Todos elementos destacados en los discursos de los tres dirigentes nombrados.

El retrato que del ser humano se deriva de este enfoque de la psicología moral está muy lejos de propuestas que creen en la posibilidad de cultivar la virtud democrática de la ciudadanía. Una de ellas es la de la comunidad ideal de deliberación que filósofos como Jürgen Habermas entienden como el núcleo definitorio de la genuina democracia. Es la versión política del optimismo racionalista que Descartes inauguró por la fe en su método cuyo estricto seguimiento garantizaba el éxito en el conocimiento de todas las verdades y la resolución de todos los problemas. Ahora bien, ¿dónde existen esos seres libres que actúan imparcialmente según criterios de estricta razonabilidad, que llegarán a construir una decisión social perfecta, ajustada al bien común más ideal? Por lo que se infiere hasta ahora de las verdades arrojadas por la psicología. "la comunidad de los santos" -como se la ha llamado con ironía- no se encuentra en las sociedades humanas. En ellas rige la moralidad, que a la vez que une a sus integrantes les ciega al dificultarles pensar por sí mismos, mientras les llena con la sensación de estar participando en las verdades más profundas.

Al autor de 21 lecciones para el siglo XXI, libro que expone los retos a los que se enfrenta la humanidad, al israelí Yuval Noah Harari, le preocupa el potencial manipulador que puede suponer el encuentro de esos conocimientos de los mecanismos básicos que causan nuestra conducta con la tecnología vanguardista que ha acelerado recientemente el desarrollo de la inteligencia artificial. Sus especulaciones sobre el futuro inmediato le conducen a un apocalipsis nada espectacular, sin fuego ni estruendoso colapso, aunque igualmente devastador para nuestra especie. No habrá ninguna batalla en medio de un siniestro páramo distópico entre la humanidad y las máquinas que habrán adquirido autoconciencia y voluntad propia por obra y gracia de un milagro tecnológico; pero los bots, como los rastreadores web de los motores de búsqueda de internet, pueden acabar incorporando esos conocimientos de psicología aquí sumariamente expuestos para -como dice tan elocuentemente Harari- "pulsar nuestros botones emocionales mejor que nuestra madre, y utilizar esta asombrosa capacidad para intentar vendernos cosas, ya sea a un automóvil, a un político o una ideología completa".

"La criatura que comprende bien la naturaleza de su propia estupidez es una criatura inteligente", dice el filósofo Julian Baggini en su Breve historia de la verdad. Aunque la actualidad es pródiga en indicios que apuntan en la siniestra dirección que señala Harari, no veo que la más certera conciencia de lo que somos tenga que llevar aparejada la renuncia al ideal de la racionalidad, más un oficio trabajoso que un don natural. El conocimiento de las trampas irracionales en las que podemos incurrir por cómo es nuestra estructura cognitiva nos coloca en disposición de corregir nuestra propia estupidez. Ser verdaderamente conscientes de aquéllas fortalece el ejercicio de la democracia, siempre y cuando todo ese conocimiento no se quede en mera teoría y se aplique a porfiar en las condiciones más propicias para su realización.

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