Tribuna

Luis humberto clavería gosálbez

Catedrático de Derecho Civil

Los próximos días y el próximo Sánchez

Si Sánchez pretende gobernar debe escuchar a los demás, pero no dejarse manipular por nadie ni transitar por caminos de dudosa o nula constitucionalidad

Los próximos días y el próximo Sánchez Los próximos días y el próximo Sánchez

Los próximos días y el próximo Sánchez / rosell

Que se ponga en marcha una moción de censura para expulsar del Gobierno a un partido como el PP tras recientes acontecimientos y todos los otros eventos que les preceden no me parece un despropósito: tal vez se trata de una conveniente operación quirúrgica para exterminar una corrosión generalizada. Lo inquietante es que no me fío demasiado del cirujano principal y, menos aún, de su ayudante, más proclive a la experimentación que a la curación, así como de los alarmantes anestesistas y enfermeros. Del cirujano principal ya hablé varias veces en artículos que publiqué en aquel turbulento año 2016, siendo entonces su desairada salida del hospital una medida necesaria para que no colapsara el sistema por obra del "no es no". Lo que dije entonces puede ser repetido hoy respecto de aquella situación.

Pero vayamos al presente: no me consta todavía que el comportamiento de Pedro Sánchez sea ahora censurable, pues interpone su moción junto a sus escasos diputados y le sigue en tropel un grupo heterogéneo de defensores de peregrinas ideas; evidentemente es temible qué puede haberle pedido cada cual a cambio de su apoyo, pero no es necesario que le hayan pedido nada, pues todos creen que era provechosa y casi imprescindible la salida de Rajoy: aprovechan la iniciativa del PSOE para derribar un muro muy incómodo y nocivo para ellos. Sólo por esta censura no es Sánchez vituperable, lo sería o lo será si en fechas posteriores se comporta de una manera errática o lesiva para los intereses españoles: si, por el contrario, corrige los defectos del Gobierno expulsado, por ejemplo posibilitando ciertos diálogos y combatiendo lacras como esa lacerante desigualdad, bienvenido sea Sánchez, estoy dispuesto a cambiar mi opinión sobre él. Démosle un voto de confianza. Ahora bien, hagamos ya algunas observaciones.

La primera es que en las condiciones actuales un voto de censura, útil para expulsar a un Gobierno de esas características, no debería servir para aferrarse al poder, sino para preparar unas relativamente próximas elecciones. Sánchez ha utilizado este procedimiento para echar a un presidente, pero mantiene los presupuestos que éste presentó y no debe olvidar que no ha ganado unas elecciones y que sólo tiene 84 diputados; que tiene derecho a agotar la legislatura es innegable, pero es muy probable que ello no le convenga y no nos convenga.

La segunda es que, si pretende gobernar, debe escuchar a los demás, pero no dejarse manipular por nadie ni transitar por caminos de dudosa o nula constitucionalidad. A mi juicio, hay que modificar la Constitución para solucionar algunos de los graves problemas que nos acucian, pero dicha tarea, que ya he propuesto hace tiempo, no debe ser afrontada por este Gobierno con esos ayudantes tan inquietantes, sino, al menos, acompañado de otros partidos ahora en la oposición, uno de ellos partidario de la opción preferible, las elecciones, cogido con el paso cambiado en esta moción de censura: mal Rivera en estos últimos días, pues, aunque tenía razón prefiriendo las elecciones, no ha debido dejar solo a Sánchez con estos coros y danzas, con los que por cierto hay que hablar y cuyas razones conviene sopesar, pues no todo lo que proponen son despropósitos; precisamente ahí reside una de las peculiaridades del llamado populismo: combinar ideas aceptables, incluso brillantes, con peligrosas tonterías, que, al ser conectadas con aquéllas, parecen verdades. Remito al respecto a ensayos recientes de Arias Maldonado o de Pardo.

Mejor, pues, ahora mantener discretamente el rumbo y preparar un gran debate nacional que se celebre tras unas elecciones que nos den un cuadro más actualizado de la idea que tienen los españoles acerca de qué hacemos con eso que denominamos España: gobernar contra los electores, probablemente numerosísimos, de Ciudadanos y PP puede ser una trágica estupidez, parecida a algunas cometidas en el siglo XX.

Por tanto, criterio definido, aplicación del Ordenamiento jurídico vigente con vistas a modificarlo pronto si es necesario o conveniente, disponibilidad, receptividad y preparación de unos comicios. A Torra le complacería en las formas y le diría que Madrid está dispuesto a hablar de todo (hay dos millones de catalanes contra algo más de dos millones de catalanes, pero muchos más de dos millones quieren cosas que hasta ahora Madrid rehúye como al diablo). Y le diría también que, mientras no se reforme la Constitución, su artículo 155 será activado si las autoridades catalanas infringen aquélla. Quien sabe si así, en pocos meses, Pedro Sánchez, un presidente angloparlante, puede devenir una esperanza y los temores de gente como yo se disipen.

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