Tribuna

JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD

Catedrático de Antropología Social

Los pasos perdidos del andalucismo

Los pasos perdidos del andalucismo Los pasos perdidos del andalucismo

Los pasos perdidos del andalucismo / rosell

Recuerdo entre brumas el 4 de diciembre de 1977. Lo tengo para mí, quizás equívocamente, como un día gris, sin sol, al menos en la Granada donde lo viví. Sólo dos años antes, mientras agonizaba Franco, había descubierto la verdiblanca en casa de unos curas. Nunca había oído hablar de aquella enseña. Admito mi ignorancia. Dos años después me veía con un walkie talkie en las manos, sin saber qué hacer con aquel instrumento que nos había facilitado el Gobierno Civil granadino a los responsables de los partidos convocantes de aquel histórico 4 de diciembre. La masa, con su marea de banderas andaluzas, nos sorprendió a todos. Habíamos accedido a otra realidad. Al final de la jornada, cuando probablemente ya había acontecido el asesinato de García Caparrós en Málaga, me acerqué a la comisaría de Policía de Granada, y en un alarde de osadía abronqué a los inspectores por haber practicado algunas detenciones. Me expulsaron del lugar sin contemplaciones. Acto seguido me sobrevino un terror pánico. Estaba claro, que no mandábamos nada de nada a pesar del walkie de marras.

El camino del andalucismo atmosférico surgido de aquella ocasión ha sido laberíntico. La realidad histórica de España siempre fue escasamente jacobina, ya que las "provincias" siempre chocaron contra el hispánico rompeolas madrileño. Sainz de Robles en su libro ¿Por qué es Madrid la capital de España? acude a fray José de Sigüenza, quien, interpretando la voluntad de Felipe II, dijo en su tiempo: "Contentóle [al rey] sobre todo la villa y comarca de Madrid por ser el cielo más benigno y más abierto, y porque es como el medio y centro de España". La razón geométrica primó. De haberlo sido la razón geográfica la capital del naciente Estado ibérico sería Lisboa, dotada de un gran estuario y volcada hacia una América que era presente y futuro. A lo largo del tiempo, y perdida aquella oportunidad para el iberismo, las "provincias" hispánicas se han sentido acogidas en el hospitalario "cielo republicano" de Madrid.

En un segundo acto, hallamos la conspiración de 1641 del duque de Medina Sidonia, con el apoyo de la nobleza portuguesa, que presuntamente idearon un Estado en Andalucía, independizado de Castilla, del cual él sería la cabeza coronada. Este presunto estado independiente andaluz non nato dio lugar a una ácida polémica, sobre la realidad o no de la conspiración, entre don Antonio Domínguez Ortiz y la de Medina Sidonia en tiempos recientes.

Tercer acto: el "Estado libre de Andalucía", ideado en plena radicalización republicana por Blas Infante con el apoyo del hermano díscolo de Franco, Ramón. Quizás en este radicalismo blasinfantiano esté clave última del asesinato del ideólogo andalucista. En realidad, Infante no era peligro, ya que siempre fue un experimentado derrotado electoral, que no llegó a obtener más que algunos centenares de votos cuando concurrió a la arena electoral.

En el resurgir del andalucismo político -cuarto acto- hubo una cierta imposibilidad para separar el discurso propio del de España. De alguna forma, el andalucismo fenomenológico es una condición de existencia de la propia España. Consideraba Castilla del Pino, en plena Transición, que Andalucía estaba sobrante de identidad, y que por ello no necesitaba de ninguna otra especificidad política. Frente a este escepticismo, el andalucismo político exhumaba los logros, más bien magros, de andalucismo histórico de finales del XIX, ocultándose a sí mismo las oposiciones sustantivas entre las "provincias", no sólo las "orientales" y "occidentales", sino entre las occidentales u orientales entre sí. Frente a esta diseminación, el renovado andalucismo político se empeñaba en subrayar los signos unitarios del Sur peninsular. Hasta tal punto que algunos ideólogos llegaron ver signos de diferenciación "étnicos" con el resto de los españoles.

La autoridad moral indiscutible de Blas Infante se opuso a la realidad diaria de los andalucistas, que obtuvieron en unas de las primeras elecciones municipales, cuando aún presumían de "socialistas", unos destacables resultados electorales. Pero las lógicas del caciquismo imperaron, y el cambio de alcaldías de Granada -donde habían ganado holgadamente- por Sevilla -donde estaban en minoría- fue letal para un futuro que se les presentaba luminoso por vez primera. El "realismo" subsiguiente indujo al andalucismo a practicar políticas de obtención de recursos, de la cosecha urbanística, que acabó por destruir su ya escasa credibilidad.

Es obvio que el PSOE asumió toda la carga andalucista del fallido andalucismo político, a pesar de la honorable resistencia de la familia de Infante. La realidad es que el discurso andalucista no logró singularizarse del partido que viene gobernando la región desde hace cuatro décadas.

Epílogo: dada la ausencia de la Junta de Andalucía del debate sobre el ser y organización territorial de España, sobrevenido por la crisis catalana, ha vuelvo a emerger un andalucismo difuso, irredentista, en torno al 4 de diciembre. A su discurso, desgraciadamente, no parece haber afectado las transformaciones de la modernidad. El futuro del andalucismo, como el de Andalucía asimismo, se representa incierto. Más aún cuando ya no posee la simpatía ibérica generalizada de aquel despertar épico de 1977, cuyo cuarenta aniversario ahora conmemoramos.

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