Tribuna

León Lasa

Letrado. MBA Universidad Deusto

No será país para viejos: pensiones 2030

En un sistema electoral que se sustenta en el principio de "y dos huevos duros", la previsión de cuentas a medio plazo no entra entre las prioridades de nuestros hombres de Estado

CORMAC McCARTHY. Toda mi admiración para este escritor norteamericano que ha conseguido que mi hijo -refractario por completo al papel escrito- compre y lea toda su obra literaria en apenas unos meses. Me pregunto con frecuencia, cuando veo esos únicos libros en su cuarto, qué insondable misterio le ha llevado a realizar tamaña hazaña. En cualquier caso, uno de sus títulos más emblemáticos viene que ni al pelo para escribir sobre el presente y futuro de la muy sobada cuestión de las pensiones, que afecta o afectará de una manera u otra a la gran mayoría de eso que llaman pomposamente ciudadanía. Este no es país para jóvenes; y no será país para viejos en poco tiempo. Recientemente se han aprobado ciertas medidas -fundamentalmente volver a indexar las pensiones al IPC- que han servido para, extrañamente, contentar a los diferentes agentes sociales, a la mayoría de las asociaciones de pensionistas (cerca de nueve millones de votos) y a casi todos los partidos políticos. O al menos prácticamente nadie se ha atrevido al alzar la voz contra lo que parece ser una flagrante injusticia generacional. En un sistema electoral que se sustenta en el principio felipiano de "y dos huevos duros", la previsión de cuentas a medio plazo no entra entre las prioridades de nuestros probos hombres de Estado. De tratarse de una familia, el banco no tardaría en llamar al orden o ejecutar las hipotecas sobre la finca familiar.

ESTO QUIÉN LO PAGA. Es lo que dicen, ya saben, que exclamó Josep Pla cuando, al llegar a Nueva York en barco a principios del siglo xx, aturdido, vio una ciudad completamente iluminada como una feria de pueblo rico. Y es lo que podemos pensar nosotros cuando leemos las generosas prestaciones que esta vaca ubérrima que parece ser el Estado -porque todos somos muy solidarios, sobre todo con dinero ajeno- concede a diestro y, también, a siniestro. Contestando hoy a Pla habría que decirle: lo pagarán nuestros hijos, nuestros nietos, los que vengan detrás, qué más nos da a nosotros. Porque la deuda pública, esa que algunos defienden que no habrá que pagar jamás, ronda el 125% del PIB, se ha duplicado en unos pocos años, y la reforma de la reforma de las pensiones no hará sino seguir aumentándola No sé si en el BCE piensan igual. Pero como no sea el caso, en algún momento lo vamos a pasar muy mal. La espinosa cuestión de las pensiones -que ya saben, funcionan en España como un sistema de reparto, muy parecido a los conocidos esquemas piramidales (véase en Google Esquema Ponzi)- es otra de esas en las que preferimos la actitud de la patada a seguir que la de tomar decisiones dolorosas y, por tanto, de nulo rédito electoral. Nadie que dijera la verdad al respecto ganaría hoy día unas elecciones. Y las verdades molestas son: el sistema es insostenible tal y como está organizado; desde el 2011 es deficitario; un pensionista cobra de media un 44% más de las cantidades que aportó en su vida en activo; con treinta y siete años cotizados solamente se financia la pensión durante un periodo de 11 años (la media de años que se cobra la jubilación alcanza los veinte en la actualidad); la ratio cotizantes-pensionistas no hace sino disminuir, etc. En definitiva, ¿quién paga las copas, esta barra casi libre?

MALABARES CONTABLES. La pensión de jubilación media en España sobrepasa los mil cien euros, para personas -tengámoslo en cuenta- normalmente sin cargas familiares obligatorias y sin hipotecas. El salario de casi el 50% de los currantes no llega a mil euros al mes; en muchos casos en precario, con hijos y alquileres en la espalda. Y sin bonificaciones añadidas en transportes o medicamentos. Díganme dónde está la prioridad a resolver. El meollo, como escribía José Aguilar en estas páginas, radica en que los pensionistas son nueve millones y acuden a votar; y los jóvenes son muchos menos y están hastiados del juego electoral. El agujero contable que se crea -aunque ya venía, como decimos, desde 2011- y ahonda supondrá unos mil quinientos euros anuales de carga para cada uno de los trabajadores en activo. Y el milagro de los panes y los peces aquí tiene un truco propio del mago Houdini: ese agujero, se cambia de ubicación, se endosa a los Presupuestos Generales, y habrá que pagarlo con (más) impuestos por parte de esos mismos trabajadores que apenas llegan a fin de mes. ¿Es equitativo? Obviamente no. Parafraseando a Churchill con Chamberlain poco antes de la guerra: pudisteis elegir entre la injusticia o el sacrificio: elegisteis la injusticia, pero también vendrán, tarde o temprano, los sacrificios. Cuando desde Berlín nos llamen, una vez más, al orden.

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