Tribuna

Luis Humberto Clavería Gosálbez

Catedrático de Derecho Civil

Un mundo feliz

Más que asaltar los cielos, crear un hombre nuevo o mantener la unidad de España hay que resolver el problema del trabajo de Juan, la asistencia de María o el negocio de Elena

Un mundo feliz Un mundo feliz

Un mundo feliz / rosell

Cuando recorremos el pasado advertimos que los mayores problemas y dramas de la Historia han acaecido precisamente para solucionar problemas anteriores, sobre todo cuando se pretendían soluciones definitivas y totalizadoras: ante la injusticia y la miseria de la Rusia zarista, tras un brevísimo intervalo, aparece…¡Lenin!, no siendo necesario recordar a su dulce sucesor. Tras el desorden, la colectiva sensación de humillación y la inflación galopante de la República de Weimar aparece…¡el Führer!.Tras la caótica situación nacida de las elecciones españolas de febrero de 1936 aparece…¡Franco!. Recuérdese qué sucede en Irán cuando cae el impresentable régimen del Sha. Tantos programas televisivos y tantas películas sobre el Holocausto y qué poco se dice de los Holocaustos actuales, ésos que funcionan cuando Vd., lector o lectora, pasa por estas líneas, gestionados, eso sí, con sensata discreción por respetados dirigentes de grandes potencias militares, económicas y tecnológicas, que acarician y reeducan a algunas de sus regiones más o menos díscolas. Del paraíso africano mejor no hablar, qué incómodos son los emigrantes. De vez en cuando, en un hermoso país euroasiático, alguien se descuida y resulta troceado un atrevido periodista en una embajada extranjera, pero el tono medio es cortés.

Después de muchos años de vida considero ya evidente que no caben soluciones globales ni definitivas: el mundo no tiene arreglo, ni lo tuvo ni lo tendrá; la especie humana es agresiva y crea mitos para justificar sus agresiones. Lo único que cabe es construir sistemas, inevitablemente inestables, dotados de un cierto equilibrio de poderes y de una mínima libertad que permitan una convivencia aceptable dentro de una relativa igualdad de oportunidades y recursos, pero no existen soluciones mágicas, ni definitivas ni globales. Los salvadores de la patria son los verdugos de sus habitantes. La felizmente aburrida normalidad de la verdadera democracia requiere prudencia y sentido común que nos ayuden a prever y conjurar los peligros que la acechan, siendo necesario aprovechar las oportunidades, pues los trenes importantes no suelen pasar dos veces: los 180 diputados que pudieron utilizar PSOE y Ciudadanos en 2019 difícilmente reaparecerán, disfrutando ahora los españoles los efectos de aquel funesto error que ahora nos hace depender de grupos poco deseables, por añadidura acompañados de una encantadora pandemia. El problema de fondo reside en que una cosa es emitir mensajes eficaces para que la gente te crea y te vote y otra cosa muy diferente es gobernar eficientemente. El gobernante debe ser un buen coordinador de tareas y, lo que resulta decisivo, vigilar la ejecución de sus decisiones, de modo que éstas se apliquen rápida y correctamente a un gaditano, a una tinerfeña o a un ovetense. Más que asaltar los cielos, crear un hombre nuevo o mantener la unidad de España hay que resolver el problema del trabajo de Juan, la asistencia de María o el negocio de Elena. Votar es importantísimo, pero es necesario que sea útil y que el votante lo perciba como tal, siendo, a mi juicio, imprescindible el cambio de régimen electoral, pues la lista cerrada sirve mejor a los partidos y a los tránsfugas que a los electores. Pero desafortunadamente los agentes sociales que podrían activar estos necesarios cambios tienen especial interés en no hacerlo, pues, al activarlos, perderían su influencia. Los partidos que nos sacaron felizmente de la Dictadura nos mantienen encerrados en una habitación cuya única llave poseen, siéndonos muy difícil escapar de ella, a no ser que alguno de nosotros les diga que, si le permiten salir para acompañarlos o integrarse en ellos, se sometería a su disciplina: quien se mueva, no sale en la foto. España padece este problema del régimen electoral que se une a otros, relativos a la organización territorial o a la Jefatura del Estado que la Constitución de 1978 ya no puede resolver y cuya atención no tenemos más remedio que posponer para abordar la epidemia misma y sus horribles consecuencias económicas y sociales. Cuando este bello obsequio de la Naturaleza o de quien sea, esperemos que en poco tiempo, se extinga, habrá tiempo de deliberaciones constituyentes. Pero las perspectivas son inquietantes, insertos como estamos en un mundo dominado por unas grandes potencias carentes del más mínimo sentimiento ético y operando con una tecnología que no podemos de momento controlar: a distancia se manipulan elecciones y referéndums, se capturan datos y se paraliza el funcionamiento de organismos públicos, Hitler hoy tiene tablet y fabrica y exporta primorosamente; tortura, envenena, asesina y recluye discreta y elegantemente, mostrándose orgulloso de sus logros y avances, Y se ofende delicada y quisquillosamente cuando se le critica por su conducta. Y los llantos y los gritos de los disidentes se ahogan en el silencio mientras nosotros admiramos este nuevo, exótico y tecnológico mundo feliz.

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