Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en ICADE

¿Ha muerto el socialismo?

¿Ha muerto el socialismo? ¿Ha muerto el socialismo?

¿Ha muerto el socialismo? / rosell

No doblan las campanas. No lo harán. Pero para Manuel Valls, el gran derrotado en la política francesa, convulsa y simbiótica, sí lo ha hecho. No se atreve a escribir epitafio alguno. Tras declarar el óbito, ha pegado un sonoro y coreográfico portazo. Dimitió como primer ministro para lanzar su carrera a la Presidencia. Las primarias le abofetearon y pusieron como cabeza un melifluo Hamon. La debacle estaba iniciando su andadura. Da igual el candidato. El castigo también era en carne propia hollandiana. Un 6% de voto electoral en la primera vuelta depara la cifra más humillante para los socialistas franceses en décadas. Una izquierda fragmentada en la que todos huyen y, sin embargo, quieren aspirar a un sitial ante la pira funesta del realismo, la demagogia y el populismo.

Valls se apresura no en hacer autocrítica, sino en defenestrar y tratar de arrojar clavos indolentes y ardientes en un ataúd aún vacío. ¿Corre peligro la socialdemocracia hoy que todo se llena ideológicamente en un espectro entre neoliberal y populista y donde parece que no hay sitio para aquella? ¿Quién vendió el alma socialista? ¿Ha sido el capitalismo, sus dictados y sus renglones, sus políticas económicas, la globalización, el menoscabo del Estado de bienestar social las que a la postre han puesto en la picota el proyecto de la socialdemocracia? ¿Acudió como enterrador aquella tercera vía guideniana y bien publicitada por un Blair que pronto cruzó otras orillas?

Falta un discurso sólido, robusto, convincente y creíble. Sobran frentes, contradicciones y antagonismos entre distintas federaciones. La prudencia política, como la virtud, atesora el camino del liderazgo. Como nos recuerda Sonnenfeld, la prudencia es la sabiduría en las cosas humanas, en el prudente siempre es correcto el para qué, y hoy los socialistas no solo han de enfatizar el cómo, sino el para qué de sí mismos, el porqué de una socialdemocracia en crisis.

Sí, falta liderazgo en la clase política española, no solo en el socialismo. Falta mucha autocrítica y mucho análisis a ras de sociedad, a ras de ciudadanía que percibe a los políticos como el principal problema, amén de la tragedia del desempleo. Sobra triunfalismo banal y mezquino, demagogia, y falta mucha pedagogía, explicación y sinceridad. Reflexión autocrítica, pensamiento calculador, pero pragmático.

Resacas de euforias, resacas de derrotas. Cada uno baila al son que esta vez marca la partitura de conferencias de partido y de interparlamentarias. Son ciclos, son respuestas, son estados de ánimo. Pero también son momentos de impasse en los que la crítica y la reflexión, el análisis y la responsabilidad deben estar presentes, tanto en quien gana como en quien pierde. La victoria como la derrota nublan el discernimiento y la realidad. Aunque con intensidades distintas. Se pueden hacer muchas lecturas de la deriva y la catarsis socialista que no llega.

La memoria no es tan frágil como los estrategas de las ejecutivas creen. Cuanto antes se acepte, cuanto antes irrumpan nuevos protagonistas con un discurso claro, nítido, convincente, creativo, imaginativo pero pegado a la realidad y los dramas que la sociedad está sufriendo, constructivo y sugerente pero también eficiente en la solución de los problemas de los ciudadanos, antes serán realidad y alternativa para algún día llegar de nuevo al Gobierno. Si se empeñan en seguir por la tesitura actual perderán demasiado tiempo.

Todo debe cambiar. Un nuevo socialismo en un nuevo tiempo político. De lo contrario, la travesía, la desafección y sangría de votos irá in crescendo. La fractura aún sigue abierta, no la de Sánchez, o Díaz, sino otra: la fractura de la desilusión. Hace falta discurso, programa y línea clara de acción. Más allá de principios y discursos vacuos para la galería. Recuperar espacios, recuperar un centro izquierda del que nunca ha debido irse el socialismo para ser rehén en el campo y discurso de otras opciones. El socialismo tiene dos retos complejos: liderazgo y programa. Más importante este que aquel pues de liderazgos es bastante huérfano el socialismo, pero también la política nacional.

Recuperar a un partido noqueado, fracturado por localismos y poco cohesionado en un proyecto de y por España sin ambivalencias antagónicas. Escribir y reescribir un programa serio, creíble, solvente y dentro de lo mejor que ha tenido y aún tiene la socialdemocracia.

Horas bajas en el socialismo en general. Donde reubicarse también desgasta, el desgaste de no encontrar un discurso propio, convincente. Ese es el reto, el que parte también de saber muy bien qué espacio se quiere ocupar. Y ello empieza por el debate, por la cohesión, por unir y no dividir o condenar al ostracismo socialista a quién discrepa internamente o se opuso. Una Ejecutiva ha de ser el espacio natural de toda sensibilidad política dentro de un partido y no una apisonadora no discrepante y falsamente armónica. Lo malo es la miopía, el egoísmo o creerse herederos y poseedores de toda verdad. La única.

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