Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide

La 'kale borroka' de las sonrisas

El nacionalismo lleva décadas coaccionando sistemáticamente a la ciudadanía, violentándola, enfrentándola. Se trata de una violencia estructural de la que hoy apreciamos los frutos

La 'kale borroka' de las sonrisas La 'kale borroka' de las sonrisas

La 'kale borroka' de las sonrisas / rosell

La gélida mirada del racista se posó un segundo sobre la mujer embarazada que no quería parir en el asfalto. El racista continuó su camino displicente. Hay que cortar la carretera. No está para minucias. Ni siquiera para transportistas que perderán el salario del día. El racista encarna una unidad de destino en lo universal. Y lo sabe.

Al anochecer, el humo se apodera del centro de Barcelona. Mientras un presidente incompetente, que debe todo al partido en que milita desde joven, espera la siguiente encuesta para actuar. Mientras pronuncia las palabras pringosas de siempre y los mismos conceptos huecos a los que aludía su antecesor, el realizador le coloca en la parte inferior de la señal de televisión una auténtica batalla campal. Se asemeja al popular recurso de la comedia, en la que el actor habla de la solidez de una mesa, justo en el instante en que las cuatro patas se quiebran. Sería gracioso, si no fuera porque en esa noche se lanzó material pirotécnico contra un helicóptero de la Policía y ácido contra los antidisturbios. Podría llegar a ser incluso ridículo, de no ser porque un padre tuvo que sacar a su bebé en mitad de la noche. Temía que las llamas alcanzaran su casa.

Si hay algo que no se puede negar en este asunto es la coherencia. Se comienza por prohibir a las familias la educación en la lengua materna o por castigar a los que rotulan su negocio en el idioma que les da la gana y se termina quemando contenedores o difamando a tu propio país con un lacito amarillo. Es relativamente fácil. Cuando el que tiene el monopolio legítimo de la violencia desaparece, y abandona a los ciudadanos que debiera proteger, siempre vendrán otros que lo sustituyan. Décadas de permisividad, e incluso de impunidad, justificadas y alentadas por el binomio PSOE-PP nos han conducido hasta aquí. Han logrado que España sea el único país del mundo en el que los representantes del Estado en una región lideren un plan para destruirlo. Pero eso no es lo mejor. Hay algo que lo supera. España lo subvenciona. Es como el heroinómano que se financia su billete al otro barrio. Enhorabuena. Sois unos genios.

Tsunami Democrático es una herramienta tecnológica muy bien diseñada que habrá pagado el contribuyente español. Como todo. Pero, a la vez, no es más que el enésimo invento del nacionalismo para mantener a la parroquia feliz y coaccionar o violentar a todo el que no piense de forma correcta. Si hay una gran mentira, bien difundida y propagada, es la del pacifismo del nacionalismo catalán. El nacionalismo lleva décadas coaccionando sistemáticamente a la ciudadanía, violentándola, enfrentándola. Se trata de una violencia estructural que cala año tras año, curso tras curso, y de la que hoy apreciamos los frutos. Una pugna por la hegemonía, que, como advertía Gramsci, se traduce en una dirección ideológica y cultural cuyo fin es el poder. Por esta razón, discrepo de la pretendida ensoñación para negociar invocada en la sentencia del Tribunal Supremo. Cuando entre los hechos probados hay una declaración de independencia y los encausados han establecido plazos, estructuras de Estado e incluso normas de transitoriedad jurídica para derogar la Constitución, resulta extraño hablar de ensoñaciones. Todos conocemos declaraciones de independencia que, de no haber logrado el objetivo, estarían cogiendo polvo en la zona de ficción de las bibliotecas.

La cosa no pinta bien. Pero no por falta de buenos funcionarios o ciudadanos que resistan. El principal problema es la voluntad de nuestros gobernantes. La nefasta idea de continuar con la inercia de recetas fracasadas; con el entretenimiento de un país que estupefacto observa el telediario y se pregunta dónde están los sueldos de miseria, los 2,6 millones de trabajadores pobres, los recortes y la privatización del transporte ferroviario o de correos. Algeciras no necesita que el racista le sabotee la línea férrea. Ya lo hacen los gobiernos desde hace décadas. Pero eso no es noticia. Mientras, en el telediario hablan de Govern o Parlament. ¿Es que nadie tiene un libro de estilo para no caer en la ficción de los dos estados impuesta por el nacionalismo? ¿Supone tanto esfuerzo usar Gobierno catalán o Parlamento autonómico?

Una noticia me reconcilia con la realidad. Howard, que vende pañuelos en un semáforo y estudia Derecho por las tardes, ha conseguido la nacionalidad española 20 años después de abandonar la guerra y el hambre en Liberia. Su felicidad por ser español contrastaba con Pau. Ese mismo día, este chico de secundaria trataba de bloquear una autovía de Cataluña, con grave riesgo para su vida. Los Don Serapio que lo adoctrinaron están cómodamente en su casa con su cartera llena. Sus padres lo llamaron a su móvil de 950 euros, pero estaba desconectado.

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