Tribuna

José maría agüera lorente

Catedrático de Filosofía

No hieras mis sentimientos

No hieras mis sentimientos puede equivaler a no te metas con mis creencias. Entonces, proteger determinados sentimientos no es sino proteger determinadas creencias

No hieras mis sentimientos No hieras mis sentimientos

No hieras mis sentimientos / rosell

No existe en filosofía un asunto más elegante que la especulación de las diferentes causas y efectos de las pasiones tranquilas y violentas". (David Hume: Tratado de la naturaleza humana)

"La actividad más importante que un ser humano puede lograr es aprender para entender, porque entender es ser libre". (Baruch de Spinoza: Ética demostrada según el orden geométrico)

Hoy sabemos que la idea del individuo como sujeto racional es eso: una idea; con algo de mito en tanto en cuanto hay quien todavía es presa de lo que Edgar Morin llamaba "la autoidolatría del hombre que se admira en la ramplona imagen de su propia racionalidad". Hay que contar con los sentimientos, ciertamente. El ya fallecido psiquiatra Carlos Castilla del Pino en su Teoría de los sentimientos establecía que "los sentimientos son algo de lo que se vale el sujeto, merced a lo cual apetece de los objetos (y de sí mismo), se interesa por ellos (para hacerlos suyos o alejarlos de sí) y, en consecuencia, se hace en el mundo, en la realidad psicosocial". Una vida puramente racional sería tan sosa. La salsa de la vida son los sentimientos, porque un sujeto sin sentimientos sería un sujeto sin conflicto; es decir, un ser apático, que no estaría activamente en la realidad.

Eso incluye a los demás, porque la realidad incluye a los demás. Y los demás pueden no sentir lo que nosotros hacia determinados objetos como la patria o nuestra fe religiosa o el equipo de nuestros amores. A este respecto parece ser que existe un derecho a que a uno no le hieran sus sentimientos, como hay desde hace tiempo ese absurdo lema según el cual todas las opiniones son respetables. Si hay que respetar las opiniones de todo el mundo es porque argumentar razonablemente en contra de ellas se tiene ya por equivalente a herir los sentimientos de quien las sostiene. Ahora bien, ¿deben y pueden los sentimientos de cada cual quedar al margen de toda crítica?

Forma parte constitutiva de nuestra tradición intelectual la idea de que el ámbito de la afectividad es inmune a la operatividad de la razón. Los sentimientos son, desde esta perspectiva aún vigente en gran medida, el reino de la irracionalidad, oscuras pulsiones imposibles de educar y en las que no se debe confiar. Sin embargo, los filósofos, los psicólogos y más recientemente las investigaciones de los neurocientíficos y los economistas han venido a demostrar que no hay justificación para renunciar a la comprensión de nuestras emociones; téngase en consideración que los sentimientos y los sistemas de creencias se hallan intrínsecamente vinculados por un bucle psíquico de retroalimentación; que la situación real que puede suscitar un determinado afecto se puede ver impregnada ella misma de emotividad desde las creencias en las que el sujeto está. En el sentimiento, como en la opinión puede anidar el error.

No hieras mis sentimientos puede equivaler a no te metas con mis creencias. Entonces, proteger institucionalmente determinados sentimientos no es sino proteger determinadas creencias. Cuando se condena -pudiendo llegar incluso a la sentencia judicial- a alguien por expresiones más o menos artísticas y/o humorísticas respecto de símbolos religiosos (desde las caricaturas de Charlie Hebdo, pasando por el montaje fotográfico del joven de Jaén hasta las vírgenes de una drag queen carnavalesca) por considerar que se hiere determinados sentimientos se incurre en discriminación hacia otros; por ejemplo, los de miles de ciudadanos a los que la Administración niega permisos y colaboración para hallar los restos de sus familiares asesinados a causa de la brutal y sistemática represión franquista. Diríase entonces que, de modo escasamente razonable, se institucionaliza una categoría de sentimientos que es lícito herir, mientras que otros no. Los primeros serían parte de lo sagrado -que no se reduce a lo religioso-, es decir, de lo que no se deja sobar por el examen crítico.

Terreno, en fin, ricamente abonado para el fanatismo es lo sagrado. Sentimiento que emponzoña el alma y enturbia el juicio de realidad, único cauce a nuestra disposición a través del cual podemos tomar decisiones sensatas. Por nuestros afectos podemos ser manipulados sin ser conscientes de ello. Se precisa de la crítica de los sentimientos -aunque en ocasiones conlleve herirlos- si se desea salvaguardar la propia libertad, que exige el conocimiento de los hilos internos que accionan los resortes de nuestro espíritu.

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