Tribuna

Fernando Castillo

Escritor

El heroe discreto

Es 'Traidores' una película que comienza siendo casi amable, que luego se convierte en conmovedora y que acaba siendo difícil por lo que denuncia y por cómo lo denuncia

El heroe discreto El heroe discreto

El heroe discreto

Hace unas semanas se ha estrenado una película que es un modelo de realización cinematográfica y de aproximación a una realidad difícil y compleja. Una obra original que emplea un método y un lenguaje que pasa del documental que parece pero al que renuncia a ser, al docudrama con algo de autoficción, todo con eficacia sorprendente. Además, por si faltara algo, el guión tiene un intenso aliento literario y un discreto tono lirico pues plantea situaciones y personajes desde la descripción y el análisis, con imágenes y diálogos que contribuyen a que la película trascienda los géneros cinematográficos. Se trata de Traidores, una película importante, valiente y necesaria que ha realizado un joven director, Jon Viar, entregado al cine desde niño, como Spielberg y su famoso tren. En Traidores lo que parece ser una historia familiar de más o menos interés, la de su padre Iñaki Viar, miembro de ETA, condenado en uno de los juicios de Burgos y después uno de los impulsores del Foro de Ermua, es en realidad una mirada al terrorismo etarra y a la implicación de la sociedad y del nacionalismo vasco, impulsor complaciente, y que los dos Viar, desde sus respectivas atalayas, han vivido y sufrido de cerca.

Por medio de la biografía de su padre tomada como eje y tratada con una distancia elegante, Jon Viar despliega un relato personal que convierte en trascendente al superar las anécdotas y señalar lo que supuso el terrorismo en el País Vasco a partir del propio nacionalismo. Desde los asesinatos del guardia civil Pardines Arday y del comisario Melitón Manzanas hasta el final de ETA ya en este siglo, Traidores reúne a quienes en un ejercicio de racionalidad y valentía dieron un paso al frente para reclamar el fin de la violencia y la llegada de la cordura. Así, por la película desfilan, junto a Iñaki Viar, Teo Uriarte, Mikel Azurmendi, Ander Landaburu y Jon Juaristi. Son a estos traidores de familia de irreprochable pedigrí nacionalista, incluido el exilio, que renegaron del nacionalismo al ver la deriva asesina de ETA, a los que Viar dedica su película. Las secuencias dedicadas a los atentados que tiene que cubrir Chelo Aparicio, madre del director y corresponsal de TVE en Bilbao, y sobre todo el silencio cómplice de quienes, casi todos, ni siquiera abrían las persianas tras una explosión, dan idea de cuál fue el verdadero alcance del terrorismo etarra. Como la obra de Fernando Aramburu, Patria, también muestra Traidores cómo el tiro en la nuca y el coche bomba que desatan el miedo acabaron, además de con la víctima, con la convivencia, que es lo mismo que decir que con la sociedad.

Es Traidores una película que comienza siendo casi amable, que luego se convierte en conmovedora y que acaba siendo dura y difícil por lo que denuncia y por como lo denuncia. Un recorrido que se diría es semejante al que tuvimos muchos. No es extraño que esta película nos plantee a quienes vivíamos entonces cómo fuimos capaces de soportar aquello. Cómo fue posible llevar una vida normal cuando en un lugar de España el asesinato y, lo que es peor, su defensa y aceptación se habían generalizado incluso entre aquellos a los que tocaba de cerca. Al final de la película me preguntaba si quienes abandonaron las certezas del nacionalismo y dieron testimonio de su rechazo, se sintieron apoyados por quienes no vivían en el País Vasco. Me preguntaba también si Iñaki Viar y su mujer, Chelo Aparicio, quien tuvo que dejar su corresponsalía en Bilbao con sus hijos, Jon y Mariana Viar, ante las amenazas y los asesinatos, sabían que no estaban solos. Que la mayoría de los españoles estábamos con ellos, aunque fuéramos menos valientes y viviéramos lejos del País Vasco, pero no de las bombas, los tiros y las victimas, que también llegaron primero a Madrid y luego a toda España. No sé si fue así y nunca se lo he preguntado a Jon Juaristi.

Entre tantas víctimas que tanto conmueven, entre tanto asesinado siempre inocente, hay algunos que me han dejado una impresión especial, aunque los haya de recuerdo indeleble como el teniente coronel Pedro Blanco. Es lo que me ocurre con Manuel Zamarreño, concejal del PP en el Ayuntamiento de Rentería que sucedió en el cargo a José Luis Caso, quien seis meses antes había sido asesinado. Zamarreño, hombre discreto y diríamos que humilde, un trabajador de los astilleros nacido en Rentería de padres emigrantes, dio un paso al frente en la responsabilidad que podía haber esquivado, y con una valentía decididamente heroica asumió la concejalía sabiendo que su muerte era inevitable. Todos sabíamos que la amenaza se cumpliría. Y así fue. El 26 de junio de 1998 a pesar de la escolta, una bomba lo mató en el portal de su casa. Un héroe discreto, como tantos, que también se cruza por las secuencias de Traidores, al que no hay que olvidar, como nada de lo que ocurrió

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