Tribuna

Javier gonzález-Cotta

Escritor y editor de la 'Revista Mercurio'

La guerra en el No-País

El hijo del primer ministro armenio, Nikol Pashinian, ha tomado también las armas con una arenga sentimental de su madre vía Facebook

La guerra en el No-País La guerra en el No-País

La guerra en el No-País / rosell

Puede que a uno lo llamen frívolo, pero más de una vez hemos repetido por aquí que las guerras, aparte de lacerar vidas y de traer desolación, también enseña geografía a través de los meandros de la historia.

El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave de Nagorno Karabaj ("jardín negro montañoso") debe su origen al triunfo de los sóviets y, a partir de 1991, al insólito finiquito de la URSS. A finales de la Primera Guerra Mundial, los estertores de la Turquía otomana atravesaron el Cáucaso sur y llegaron inútilmente hasta Bakú. Pero no sería hasta 1921 cuando Stalin, ajeno al enconamiento entre armenios (cristianos) y azeríes (musulmanes), decidió integrar caprichosamente Nagorno Karabaj -de mayoría armenia- en la república soviética de Azerbaiyán (desde 1923 se le consideró una región autónoma, pero adscrita a Bakú).

En 1988 el parlamento de Nagorno Karabaj pidió a Moscú su adscripción a Armenia. Entre tanto, los odios mutuos propiciaron iniquidades y éxodos de población. Disuelta la URSS y erigidas Armenia y Azerbaiyán en repúblicas independientes, la cuestión territorial del "jardín negro montañoso" desencadenó la gran guerra entre ambos países de 1991 a 1994 (30.000 muertos). El territorio quedó convertido en un feo islote pro-armenio, situado no obstante dentro de las fronteras de Azerbaiyán. Sin la ayuda militar de Armenia a los hermanos rebeldes de Nagorno-Karabaj, el islote no habría conseguido erigirse en país de facto. Pero la autoproclamada República de Artsaj -tal es su nombre hoy- no deja de ser lo que es; esto es, un No-País, apenas reconocido por nadie, salvo por otros No-Países volátiles o casi imaginarios internacionalmente como Osetia del Sur, Transnistria o Abjasia.

Desde septiembre la guerra ha vuelto al áspero enclave. En realidad nunca ha acabado. Desde el alto el fuego de 1994, la marca fronteriza que separa Nagorno Karabaj de Azerbaiyán no deja de ser la línea divisoria más peligrosa del mundo. En algunas zonas las trincheras entre armenios y azeríes distan unas de otras de apenas unos metros, al modo de la I Guerra Mundial, como ocurriera en la batalla de Galípoli junto a los Dardanelos. Tras la llamada Guerra de los Cuatro Días de 2016, los actuales combates son los más cruentos que han ocurrido. Los muertos ya se cuentan por racimos de centenares.

Hemos releído ahora los libros de Xavier Moret (La memoria del Ararat. Viaje en busca de las raíces de Armenia) y de Virginia Mendoza (Heridas del viento. Crónicas armenias). Nos hemos detenido en los pasajes dedicados a Nagorno Karabaj. Si en 1989 había 200.000 habitantes (el 76% armenios y el 23% azeríes), años después de 1994 los habitantes cayeron a 150.000 (96% armenios). En este desabrido confín los hijos del bíblico monte Ararat han dado la razón a William Sorayan: "Cuando dos armenios se juntan en cualquier lugar del mundo, allí se levanta una nueva Armenia".

Para un armenio, no obstante, este lugarejo del mundo forma parte de su sino histórico. Para los azeríes no es más que una violación de sus fronteras.

En los libros de Moret y Mendoza ya se hablaba del rastro imborrable que dejó aquella primera guerra en las tristes poblaciones del enclave. En Shushi, poblada por azeríes, la decisiva victoria armenia en 1992 dio lugar al brutal saqueo de la ciudad. Fue la respuesta al pogromo de 1920, que provocó aquí mismo la matanza de 30.000 armenios por parte de los azeríes. El odio, como la piel, tiene memoria.

A la salida de Stepanakert, capital de Nagorno Karabaj, existe un gran monumento llamado We are the Mountains. Se trata de una escultura formada por dos campesinos y simboliza la armenidad de estas tierras. En el Festival de Eurovisión de 2009, antes de la actuación de su representante, Armenia mostró un videoclip en el que aparecía la patriótica escultura, lo que provocó la irritación de Azerbaiyán. En el Festival de 2012, celebrado en Bakú, Armenia renunció a participar en casa del vecino enemigo. Eurovisión, apoteosis del frikismo, nunca defrauda.

Cuenta Moret cómo a ojos vista la población de Agdam, habitada por 100.000 azeríes, quedó convertida en una ciudad borrada del mapa. Ahora ha vuelto la banda sonora de la guerra a gran escala. En Armenia han tocado a movilización. El propio capitán de su selección nacional de fútbol ha marchado al frente (Joaquín Caparrós, recuérdese, es el seleccionador de Armenia). El hijo del primer ministro armenio Nikol Pashinian ha tomado también las armas con una arenga sentimental de su madre vía Facebook. Turquía, por su parte, asegura que ayudará a los hermanos azeríes en su causa. Lo dicho, la guerra en el crisol del Cáucaso es en sí misma una lección de Geografía e Historia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios