Tribuna

Salvador Moreno Peralta

Dos años sin Carlos

Hagan la prueba de leerlo o releerlo. Reconforta su coraje polemista, su brillantez literaria, su estimulante ironía, su superioridad intelectual sin soberbia, su generosidad

Dos años sin Carlos Dos años sin Carlos

Dos años sin Carlos / rosell

El pasado 18 de octubre se cumplieron dos años de la muerte en Málaga del arquitecto, escritor y político Carlos Hernández Pezzi, presidente del Consejo Superior de Arquitectos de España entre 2002 y 2009. A veces alguien muere y todo parece despoblado, describía Lamartine la ausencia de quien deja en nuestros corazones un vacío desconsolado. Pero también lo deja en el corazón de su ciudad. La ciudad es pensamiento edificado, un sumatorio invisible de espíritus selectos que aportan inteligencia, idea, reflexión, y ese aire urbano que a lo largo de la historia "nos ha hecho libres". No sé si nos lo sigue haciendo, porque ese aire está hoy viciado por la ambición de unos nuevos dueños que, con la insolencia de la desmemoria, están dejando un paisaje de ganadores y perdedores, estos últimos convenientemente ocultos por los primeros. Carlos nunca se alistó a la cofradía del Santo Reproche, pero siempre estuvo, con espíritu ganador, en el bando de los perdedores; esto es algo que algunos nos atrevemos a llamar ética, aún a riesgo de quedar aplastado por la única razón imperante que es la del triunfo.

Carlos está muerto, y para siempre, por mucha dimensión trascendente que le demos a estas vidas nuestras a las que nos han arrojado sin pedirnos permiso. Esto es así, y respetamos a los animistas de toda condición de la misma manera que agradecemos a los poetas que sepan hurgar la presencia que se esconde en toda ausencia, pues es de ese descubrimiento estremecido de donde el ser humano ha logrado extraer el arte y la belleza. Todo arte surge siempre de la nostalgia por lo que se ha perdido, aunque es difícil quitarle a la nostalgia la tristeza que lleva aparejada cuando lo que se ha perdido es alguien al que quisimos tanto. En fín, cada uno afronta a su modo la cabronada de este misterio, y un apaño es considerar que la única muerte real sea el olvido.

Así, desde que Carlos nos dejara cívicamente viudos podíamos conseguir que reviviera leyéndole, releyéndole, subrayándole, repasando sus conferencias, sus ponencias, sus grandiosas mociones al Pleno municipal de Málaga y afinando el oído para escuchar su voz, porque tal vez sea nuestra voz lo último que se acabe borrando de la memoria de nosotros. Carlos se expresaba con sentencias de hierro en voz de seda, zumbona y educada, y siempre con un humor que traducía el inocultable propósito de no agredir, de ahí que fuera de las poquísimas personas de este corral valleinclanesco capaz de polemizar sin perder la amistad del polemizado, de hacer la vida más agradable a su alrededor, incluso en el reptilario de la política. Escuchar la voz de Carlos en su textos nos permite recomponerlo y así pedirle consejo ante las tribulaciones de un mundo que ha encontrado en el volcán de La Palma su aterradora metáfora: una tragedia esplendorosa convertida en atracción turística sobre el trasfondo de miles de vidas arruinadas. Hablar con Carlos a través de lo que dejó escrito tal vez sea una forma de rezarle, más laica y freudiana que religiosa, pero funciona, porque nos despeja dudas y aporta consuelo. ¿Cómo actuaría Carlos frente a los expolios de nuestras ciudades en nombre de dos conceptos cínicamente saqueados como son modernidad y sostenibilidad? ¿Qué diría el autor de Ciudades contra burbujas o Turismo, truco o trato ante esta alocada carrera desarrollista tras la zanahoria del éxito mediático? ¿Habría imaginado cuando escribió Alternativas a la ciudad caótica que muchos urbanistas, abjurando de todo pensamiento crítico habrían de ser, precisamente, los lacayos del caos y no los instigadores de sus alternativas? ¿Dónde se resituaría hoy su irreprimible voluntad de acción política progresista en una izquierda desconcertante y desconcertada?

Tengo todo el derecho a suponer sus respuestas pero ninguno a expresarlas, pues bastante infamia se comete a diario sobre el indefenso mutismo de los muertos. Carlos tiene que seguir hablando por sí mismo a través de sus textos, su ejemplo y su recuerdo. Si alguien cree que todavía tiene cabida en este mundo la decencia como una brújula moral -y no como un diletantismo romántico- tiene en Carlos un referente. Hagan la prueba de leerlo o releerlo. Reconforta su coraje polemista, su brillantez literaria, su estimulante ironía, su superioridad intelectual sin soberbia, su generosidad. Y su risa. Y su voz. Y su conversación. Y su presencia, que es tan intensa como su ausencia. Parafraseando su libro, es este el "truco y el trato" que podemos mantener con él, aunque a veces un intruso desconsuelo nos deshaga el tinglado con un zarpazo inoportuno.

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