Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

TikTok

Los mandarines del siglo XXI viven en los márgenes del poder político y son vistos por ese mismo poder como un peligro

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Cuenta mi nieta Alejandra, que tiene trece años y como toda su generación entiende de eso, que el tuiteo ha entrado en decadencia y está siendo sustituido por TikTok. Parece un fenómeno mundial; incluso yo, tan alejado de modernidades digitales, conozco a un sacerdote argentino que en su labor apostólica utiliza el "tikoteo" (¿se dice así?) con gran éxito en las redes; ahora ni siquiera se leen los elementales tuiters, sino sólo figuras en movimiento durante cinco segundos. De este modo -y el cura bonaerense no tienen nada que ver con ello- regresamos a la Alta Edad Media, cuando sólo el monacato preservaba los restos de la civilización occidental. Los demás (reyes, emperadores del Sacro Impero Romano Germánico, nobles, plebeyos y siervos) se ilustraban sobre la Historia Sagrada y otras historias con las figuras polícromas del pórtico de catedrales y vidrieras. Una cultura de la imagen sin apenas libros ni periódicos, y hasta sin la lectura y escritura de los tuits.

Desde diez mil años atrás a nuestros días, la sociedad de los hombres aparece siempre dividida por una línea, una profunda falla, que la parte en dos trozos desiguales. La minoría y la mayoría. A veces concordes, a veces enfrentadas; a veces una superior y otra inferior, indicando esta superioridad-inferioridad un mero arriba y abajo. Así, en las oscuridades de la protohistoria los soberanos divinos; ya fuesen los patesis, los reyes sacerdotes de Ur o de Salén; ya fuese Dios encarnado en el faraón de Tebas. Todos los demás, habitantes de la ciudad o el campo, fieles devotos.

Después, durante siglos y siglos, la sociedad estamental: cada estamento con sus derechos, leyes y privilegios diferentes y donde lo que contaba era el linaje y no la fortuna. El siglo XIX, las revoluciones liberales y socialistas, el gran capitalismo y la aparición en escena de las masas proletarias pusieron fin a los estamentos para dar paso a la sociedad de clases. Entonces, la línea divisoria ya no fue el privilegio, sino el dinero: ricos y pobres. ¿Y ahora?

Nuestro siglo XXI comienza a hacer visible en los países desarrollados y democráticos occidentales una nueva fractura que nada tiene que ver ni con la riqueza ni con clases sociales ni con la política. A un lado, una minoría letrada que no se informa ni con el TikTok ni por la televisión, sino por la lectura; una élite estudiosa de saberes humanistas. Enfrente, la ignorancia, un creciente analfabetismo funcional y una universal falta de comprensión lectora. Masas en las que el concepto de libertad se ha ido perdiendo a partir de la Pandemia, sus prohibiciones y confinamientos. Mientras, el gusto por las libertades se refugia entre lo que Jünger llama "anarcas" y Sanfranski denomina "individuo soberano"; esto es "el que no necesita de los demás" y, por tanto, no hace reverencias ni siquiera al emperador. Una minoría informada, educada, cívica, inteligente, que conoce y analiza la realidad y desarrolla tareas civilizatorias. Ni los ignorantes ni los ilustrados, por el mero hecho de serlo, tienen relación con el Poder; en todo caso, con cierta frecuencia gente ágrafa e iletrada podemos encontrarla en las altas esferas de la economía y en las diversas nomenclaturas de la política. Por el contrario, la comunidad del saber lleva sin apenas excepciones una vida modesta y austera, lo cual no es óbice a su influencia sobre el resto de la sociedad en la larga duración. Tampoco resulta asunto baladí que en todas las encuestas sobre el prestigio de instituciones y grupos siempre los profesores aparezcan en el grupo de cabeza. A diferencia, pues, de la sociedad estamental y de la sociedad de clases que describía Carlos Marx, los mandarines del siglo XXI viven en los márgenes del poder político y son vistos por ese mismo poder como un peligro. Y esto es así porque el nuevo mandarinato, lejos de sentir desprecio hacia las masas, es consciente de su deber como educador de multitudes.

Se ha dicho que la Filosofía y la Historia sirven para no volver a votar a Rajoy ni a Pedro Sánchez; de ahí, el interés de tales personajes por erradicar esas asignaturas de los planes de estudio. Quizá se trate de una boutade; pero es una evidencia que en nuestro siglo XXI, con España a la cabeza, la mayoría de los gobernantes no procede del bloque social de los mandarines, sino de las filas de la ignorancia. Observo con interés si el Partido Popular surgido en Andalucía del pasado 19-J también va a hacer suyo el tikoteo.

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