Tribuna

Manuel gracia navarro

Ex presidente del Parlamento de Andalucía

Tiempos para recordar

En 1982 había menos de un centenar de maestros de educación de adultos en toda Andalucía para una población analfabeta de más de ochocientas mil personas

Tiempos para recordar Tiempos para recordar

Tiempos para recordar / rosell

Dedicado a Rafael Benavente García, fallecido estos días

VAN a cumplirse cuarenta años de la formación del primer Gobierno de Andalucía con plenitud de funciones, del que tuve el honor de formar parte como consejero de Educación. La Andalucía que nos encontrábamos ha sido descrita por diversos estudios, a los que poco añadiré. Era una región muy próxima al subdesarrollo por sus indicadores económicos de PIB per cápita, tasa de paro, o nivel de industrialización. Teníamos una honda conciencia de explotación y de discriminación, pero a la vez una autoestima muy baja, rayana en la resignación, únicamente matizada por la explosión popular producida desde el 4 de diciembre y culminada el 28-F. El Gobierno tenía una inmensa tarea por delante: modernizar Andalucía, hacerla más próspera, más equitativa, con más dignidad para sus gentes.

La situación de la educación andaluza era tercermundista: teníamos una escandalosa tasa de analfabetismo, la mayoría de los colegios públicos en las grandes ciudades funcionaban a doble jornada porque no había edificios escolares suficientes, las tasas de escolarización eran de las peores de España, y la mayoría del profesorado no encontraba cauces para romper con la inercia de un sistema autoritario que, desde la Ley de 1970, se resistía a cualquier innovación. Conscientes de todo ello, abordamos la puesta en marcha de la Consejería en octubre de 1982 con un equipo muy reducido de personas que aunaban su orientación claramente progresista con una cualificación profesional innegable. Equipo reducido y espacio reducido: un despacho en el Pabellón Real en la Plaza de América, dos técnicos de la Administración del Estado provenientes del Ministerio, un inspector de Educación, dos profesores de Bachillerato, un profesor de EGB y mi secretaria, eso era todo. Con esos medios acometimos la transferencia de competencias con el Ministerio de Educación, organizamos el primer curso escolar en nuestros miles de centros, abonamos las nóminas de decenas de miles de profesores y escolarizamos a más de un millón de alumnos. Su entrega, su profesionalidad y su compromiso fueron decisivos para que el arranque de la Consejería fuera el mejor posible.

Nuestro objetivo era poner en marcha un proyecto educativo orientado sobre todo a facilitar el acceso al ejercicio del derecho a la educación a todos los andaluces, un proyecto de una educación pública de calidad, innovadora e inclusiva, laica y enraizada en nuestra cultura, en suma. Por su extensión en más del 17% de la población y por su condición de símbolo del estereotipo del subdesarrollo andaluz, era imprescindible abordar la alfabetización como un proyecto global de toda la sociedad. Baste recordar que en 1982 había menos de un centenar de maestros de educación de adultos en toda Andalucía para una población analfabeta de más de ochocientas mil personas. Queríamos que la alfabetización fuera también una estrategia de dinamización social y económica de tal forma que los sectores sociales menos favorecidos percibieran la educación como una palanca para cambiar y mejorar sus condiciones de vida.

Pero la tarea era amplísima: había que abrir los centros escolares a la participación, y lo hicimos con la Ley de Consejos Escolares. Era necesario acometer una política educativa compensatoria de las desigualdades socioeconómicas, y lo hicimos con los decretos de Educación Compensatoria en las zonas rurales y en las barriadas marginadas de las grandes ciudades. Elaboramos el primer mapa escolar de Andalucía que permitió planificar las construcciones escolares de acuerdo con las necesidades reales y futuras de escolarización. Impulsamos un ambicioso Plan de Renovación Pedagógica que logró implicar de forma voluntaria a más de un tercio del profesorado, sobre todo mediante los seminarios permanentes. Regulamos la innovación e investigación educativa abriendo los centros a su entorno, y no solo en los centros experimentales, especialmente a través de los Talleres de Cultura Andaluza.

En estos tiempos de adanismo político y social, me parece necesario y de justicia recordar lo hecho, lo conseguido, para continuar impulsando las reformas y los cambios que nuestro sistema educativo requiere. Y lo hago, también, para agradecer la entrega abnegada y total dedicación, así como para honrar a quienes, como Rafael Benavente, Juan Carlos López Eisman, José María Díaz Miguélez, Julio Artillo, José Rodríguez Galán, Alfonso Vázquez Medel, Carmela Gálvez y Francisco Soriano estuvieron en aquel tiempo compartiendo apasionantes tareas, y hoy ya no están entre nosotros.

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