Tribuna

Mª CINTA ORTEGA

Similitud entre política y hermandades

Desde una edad temprana, ya, escuché una expresión que me llamó la atención, y no era otra que: “El mundo de las hermandades es igual que el mundo de la política”. A lo que se añadía: “Las hermandades son peores que la política”. Y en este año que, se quiera o no, parezca más o menos adecuado, se mezclará la campaña electoral, por las próximas elecciones generales y municipales con este mundillo nuestro, se me ha ocurrido, a modo de paradoja, esgrimir las similitudes entre política y hermandades que, a estas alturas de mi vida, creo, que pueden llegar a existir.

La motivación a la hora del acceso a un partido político y a una hermandad es diferente. Mientras que al primero se accede por tener una determinada ideología de cara a cómo deben funcionar las leyes que nos rijan y nuestras diferentes administraciones, a las segundas, se debe acceder supuestamente por devoción, devoción a veces inspirada, incluso por nuestro núcleo familiar. Y creo que es innecesario hablar de los diferentes fines que se persiguen en uno y otro tipo de entidad. Pero... Empecemos con las similitudes…

A pesar de la supuesta misma ideología en el partido político que sea, dentro del mismo hay discrepancias internas, a lo mejor, por la línea a seguir en un determinado momento o por el que se considera el líder adecuado, entre otras cuestiones. Y ¿qué sucede en una hermandad? Pues que también nos encontramos con discrepancias internas del mismo signo, como por ejemplo en cuanto a la línea que se ha de trazar para seguir por esa hermandad, cuestión, por cierto, muy de moda en los últimos tiempos. Y por esas desavenencias, en ambas organizaciones, y siempre a nivel interno, aparecen los distintos bandos. Porque por mucho que en apariencias, las rivalidades se libren entre partidos de distinto signo político, que quieran ser los que gobiernen o entre hermandades que quieran ser las que sobre salgan para “a su modo gobernar”, lo cierto es que las batallas más duras se libran siempre internamente. Y aparecen las rencillas, que en ocasiones devienen en irreconciliables. Y claro, unido a ello, encontramos las zancadillas o las intrigas hacia los otros… Y el codiciar el puesto del otro.

Aunque en ambas estructuras debe predominar la idea de “servir a…”, aparecen sujetos que pretenden “servirse de…”, juego de preposiciones que acuño, con permiso de un insigne de mi hermandad, Guillermo García Manrique.

Pues bien, en este orden de analogías, entre otras, lo que en política se puede, hasta llegar a entender, porque, según comentarios de quienes viven en ese mundo, son lícitas las ambiciones personales y se conoce el juego en el que se entra, en el mundo de las hermandades no es comprensible, porque lo primero que se ha de predicar en estas es el amor a Dios y al hermano y no sólo con predicamento verbal, sino catequizando con nuestros actos. Con lo que no se debería ambicionar el puesto del otro, si además, supuestamente, en este mundo no hay anexo estipendio alguno. No ha lugar a ambiciones personales. Ni las que deberían ser pequeñas discrepancias deberían alcanzar rango alguno, ya que tan sólo deberían ser desavenencias que se arreglaran no sólo desde la cordura, sino lo más importante, desde ese amor. Y qué decir del pareado “servir a…” o “servirse de…” Preguntémonos solamente a qué pertenecemos.

Es una lástima que aquella adolescente haya llegado a entender el sentido en el que decían: “las hermandades son peores que la política”.

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