Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Reflexión estival

Reflexión estival Reflexión estival

Reflexión estival

Lentamente el verano se nos va yendo. Está siendo un respiro en medio de un año duro, de incertidumbres y cambios, aunque, como vemos, no exento de riesgos. La gente no puede estar recluida, disciplinada, durante mucho tiempo. Ocurre tanto en este tiempo de pandemia, como en épocas de guerras terribles. Mientras se combatía en los frentes, los ciudadanos en la retaguardia salían a las calles, a las terrazas, al cine y a los espectáculos. Está comprobado: el hombre ha sido hecho para la libertad, y sólo cuando el peligro es muy poderoso y omnipresente se la restringe. Al final, en cuanto surge posibilidad, escapa a las normas encaminadas a protegerle.

Desde el pasado verano se han sucedido acontecimientos importantes en España y en el mundo. Más allá de las intenciones de preservación, la experiencia de la pandemia ha servido de ensayo general y preliminar para analizar los comportamientos de las masas, movilizar recursos a gran escala y obligar al cumplimiento de normas en nombre de nuestro propio bien. También para tantear la forma que adoptarán los conflictos bélicos en el futuro: la guerra bacteriológica. El valor que quepa atribuirles a estas experiencias solo lo veremos con el paso de los años. No son pocos quienes han percibido en la pandemia una ocasión de oro para un ensayo de dominio mundial por encima de las naciones.

Si se controlan los medios de comunicación y se depuran y castigan los mensajes contrarios al proyecto, la mayoría de los ciudadanos, ante un pánico generalizado, podrá asumir como incuestionables una serie de comportamientos e ideas, que, finalmente, se convertirán en una nueva cosmovisión acerca del mundo y del hombre en sus diferentes vertientes. Y comprobamos igualmente su capacidad para dar la vuelta a costumbres, opiniones y creencias arraigadas y sustituirlas por otras que, siendo minoritarias inicialmente, terminan imponiéndose.

Así está ocurriendo con respecto a nuestra visión del pasado, las conductas sexuales, el lugar del hombre y la mujer en la sociedad, el cambio climatológico y los valores personales y sociales. Sabemos que hay varios programas internacionales que propugnan, con ayuda de los gobiernos y los poderes fácticos, esta solución. No se trata, frente a lo que pudiera creerse, de la implantación de un relativismo, sino de ideas y valores introducidos con carácter absoluto y sustitutorio. O mejor, de ideologías, remedo de otras antiguas, con las que han formando un cóctel de difícil digestión.

Las leyes que confluyen en este programa, con los matices que se quiera, están saliendo velozmente adelante. Sin apenas participación de los afectados, hemos visto aprobarse en España las nuevas leyes de educación, eutanasia, LGTBI, transgénero y memoria democrática, entre otras. Todas ellas tienen un fondo común, y se suman o avanzan sobre las aprobadas con Zapatero, que el centro derecha conservó, hasta ir creando el corpus necesario para ese cambio de grandes dimensiones. No deben extrañarnos las reacciones frente a estas imposiciones mundialistas.

El tiempo de verano a verano, entre nosotros, ha servido asimismo para un desarrollo incuestionable del separatismo. Mientras su fuerza se acrecienta, los obstáculos a su triunfo son muy débiles y, a día de hoy, ninguno infranqueable, sobre todo cuando la voluntad de pararle los pies tanto escasea y crece el número de quienes, viendo posibilidades de futuro, se uncen al carro abierta o tibiamente. Para agosto próximo, tal vez la España que hemos conocido, la de nuestros antepasados, por la que tantos hombres dejaron sus vidas, esté más cerca que hoy de desaparecer. Cuando menos nos demos cuenta, la realidad será ya otra muy distinta.

Aun cuando todavía tenemos poder adquisitivo en este estío para algún viaje, comer fuera de casa o, simplemente, tapear, a la espera de lo que pueda venir (siempre la espera), nuestra economía flaquea, si bien es cierto que las complejas sociedades actuales, tienen múltiples asideros para hacer casi invisibles sus negativos efectos sobre la población. Aparte que, mientras esté asegurada la necesidad perentoria de comer todos los días, de vestir siquiera moderadamente y tener un hogar, las reacciones incontroladas serán más raras. Esto es un buen seguro para la paz social, y aumenta los medios dispuestos a propiciarla. Es más, constituye una necesidad para que el programa referido se verifique.

En definitiva, agosto me ha proporcionado un tiempo de reflexión en torno a la playa. El mar, con su presencia cercana estos días, nos remite a otras dimensiones más profundas y decisivas de la vida. El futuro no está escrito. Quienes tenemos fe sabemos que los empeños de los seres humanos los destruye la propia naturaleza cuando van en contra de ella o no siguen el plan de Dios sobre la historia del hombre y del Universo. En última instancia, no hemos dejado de ser pigmeos con ínfulas de dioses.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios