Tribuna

pABLO GUTIÉRREZ-ALVIZ

Escritor

Puente de plata

Julia Uceda debería haber recibido la medalla de oro utilizando un peculiar artificio jurídico: considerar que nuestra gran poetisa es la creadora de un Estado propio

Puente de plata Puente de plata

Puente de plata / rOSELL

El reconocimiento de los méritos de una persona mediante la concesión de una medalla puede suponer un agravio. Todas las medallas no son iguales. También difieren mucho según la actividad que se pondere.

Las de plata son las que distinguen al que alcanza el segundo puesto de la clasificación: el subcampeón. Y en los deportes son muy cotizadas. Cumplen una doble función, por un lado, consuelan y, por otro, animan a seguir entrenando e intentarlo de nuevo, sobre todo si el premiado es joven.

La medalla de plata, en otras tareas como sería la literatura, suele ocultar un reverso bastante amargo. De entrada, parece tener un efecto gratificador pero, a continuación, no deja de producir un áspero regusto porque el escritor, siempre algo soberbio, observa que se ha quedado en un escalón inferior a la gloria del oro, que nunca podrá lograr. No recuerdo ningún caso de literato a quien después de conseguir una presea de plata le otorgaran la de oro.

Ciertos escritores, por su trayectoria y por su edad, nunca deberían recibir una medalla de plata.

En concreto, me refiero a doña Julia Uceda Valiente. Conviene repasar someramente su currículum vitae. Esta cosmopolita sevillana de 96 años de edad, Hija Predilecta de Andalucía, afincada en El Ferrol desde hace varias décadas, ostenta, entre otros numerosos galardones, el Premio Nacional de Poesía y el Internacional Federico García Lorca.

Los jurados de los distintos premios obtenidos han resaltado la excepcional calidad de su poesía. En concreto, destacan tanto su carácter exigente como su autenticidad expresiva: "la más grande de las poetas vivas". Y es que ha escrito "hermosas creaciones" en las que busca "el sueño como método de conocimiento".

Jacobo Cortines, académico y eminente poeta, estima que doña Julia sería merecedora del Premio Nobel de Literatura.

Curiosamente, en los años ochenta, la Real Academia Sevillana de Buenas Letras la designó por unanimidad académica correspondiente (como residente fuera de la capital hispalense). Al cabo de unos años la eligió, también por unanimidad, académica de honor, dignidad muy exclusiva que solo ha recaído en excelsos intelectuales como el famoso hispanista John Elliot, recientemente fallecido.

No hay duda de que Doña Julia se encuentra en el Olimpo de los dioses de la lírica, lo que llevado al terreno de la competición olímpica, sería decir que merece una distinción, una medalla. De hecho, en 2021, ya recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que le fue concedida por el ministerio de Cultura.

La señora Uceda fue nombrada Hija Adoptiva de El Ferrol y, hace pocos días, ese municipio gallego le entregó la Medalla de Plata al Mérito Cultural.

Tengo entendido que las normas del ayuntamiento citado reservan la medalla de oro a los jefes de Estado. Esta restricción no se comprende cuando esa localidad llevó muchos años como denominación adicional posesiva, el apelativo laudatorio ("del Caudillo") de un antiguo jefe de Estado, nada democrático. Es decir, está demostrado que ese cargo no supone nunca un valor añadido en el ámbito de la cultura. Y si lo relacionamos con el deporte, sería chocante que a un campeón olímpico se le otorgara una medalla de plata porque, claro, no es jefe de Estado.

En mi opinión, doña Julia debería haber recibido la medalla de oro utilizando un peculiar artificio jurídico, una benévola interpretación de la ordenanza municipal: considerar que nuestra gran poetisa, como autora de una poesía profunda y rebelde, es la creadora de un Estado propio. Por tanto, ostenta la jefatura de su particular Estado lleno de personajes y sentimientos, en el que cohabitamos todos sus fieles seguidores. La mejor poesía ha salido de su pluma para goce de todos los ciudadanos del Estado "ucediano".

Con esta ficción, nada descabellada (existen países de pandereta, y recuérdese el literario Reino de Redonda, sin monarca por la muerte de Javier Marías), el ayuntamiento podría adoptar un acuerdo rectificatorio reconociendo a doña Julia como presidenta de la República (poética) de Uceda, y resolver que la presea concedida, en realidad, era de oro. Esta solución serviría de puente de plata al municipio ferrolano para enmendar su yerro con un singular cumplimiento del vigente reglamento local, que seguro será modificado.

A la medalla física de doña Julia se le aplicaría la alquimia jurídica apuntada. Y su plata, aunque fuera de ley, se volvería áurea. Eso sí, no bastaría con un refulgente sobredorado, ni siquiera con un generoso baño de oro.

Hablando en plata, la medalla de la señora Uceda ha de ser de oro puro. Del auténtico, el de 24 quilates.

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