Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología

Grecia: conflicto romántico

Grecia: conflicto romántico Grecia: conflicto romántico

Grecia: conflicto romántico / rosell

Las tensiones internacionales se han disparado en la frontera del mar Egeo, e incluso en las últimas semanas los tambores de guerra se han hecho notar a propósito de unos yacimientos petrolíferos atisbados en la isla de Kastellorizo. Navíos militares griegos, turcos y de sus aliados, vuelven a cruzarse amenazantes. Nada nuevo.

Casi veinte años de que comenzase la gesta independentista helena, Chateaubriand se extrañaba de que los turcos de Grecia considerasen una extravagancia que fuese a este país por pura curiosidad. Grecia había sido borrada en buena medida de las imaginaciones. Cuando accedió a la independencia en 1829, la gesta griega había sido labrada por el Romanticismo. Y en éste, por uno de sus mayores profetas, Lord Byron. La atormentada vida de Byron, sentimentalmente muy errática, recuerdo haberla leído con bastante congojo en la biografía que le dedicó André Maurois. La búsqueda romántica del Mediterráneo de Byron pasó por Cádiz y por Sintra, lugares que visitó en 1809. Su inclinación a la vida aventurera se ve reflejada en su obra El corsario, del que sin quererlo he coleccionado varias versiones. Pero lo más importante es la apuesta que hizo por la independencia griega, que movilizó a los románticos europeos. Estaba deseando unirse a una causa no tanto, como señala Maurois, por odio hacia los griegos como por deseo de ayudar a liberar a un pueblo de la esclavitud. Lo pagó con su propia vida, muriendo de fiebres en una pequeña ciudad del golfo de Patras en 1824. El Diario de Cefalonia de Byron pone de relieve, signo supremo de la vida del héroe, hasta qué punto desea fervientemente que se le enviasen sus derechos de autor para armar con su fruto batallones de soldados. Sin embargo, aunque los griegos deseaban hacerlo su jefe, detestaba el fraccionamiento interno que vivían. De alguna manera la bravura que había visto en ellos, en su vida a las orillas del Adriático, tenía su lado oscuro en la tendencia a la desagregación.

Dos veces he visitado Nauplia, donde en septiembre de 1822 se libró una importante batalla para la independencia griega entre la flota turca y griega, de la que salieron vencedores los helenos. No participó Byron en ella, puesto que no llegaría a combatir hasta un año después, pero su espíritu épico siempre me ha dado la impresión que sobrevolaba el lugar. De tal manera dejó su impronta lo impregna todo.

Con estas mimbres, y con el redescubrimiento de las ruinas antiguas, nació la "Grecia blanca", marmórea, de fuerte personalidad, a la cual contribuyó el recuerdo bizantino y ortodoxo. Todavía en Grecia se habla de Constantinopla y no de Estambul. Tímido recuerdo de aquel mundo es que aún en el Cuerno de Oro, en el degradado barrio de Fanar, subsistan algunos establecimientos ortodoxos. Pero la potencia de la Antigüedad está en cualquier lado del Asia menor otomana. Sin ir más lejos recordemos Troya. El lugar fue descubierto por H. Schliemann, quien comienza a interesarse siendo niño por la gesta épica griega casi al par de la muerte de Byron. Troya impresiona siquiera por la leyenda que la rodea, pero está en territorio turco, en los Dardanelos, espacio a su vez de una de las grandes batallas de la independencia turca en 1915: Galípoli.

Llaman la atención el rosario de ciudades y pueblos griegos abandonados en la costa turca, consecuencia del intercambio de poblaciones en 1923, tras la guerra greco-turco de dos años antes. En una, cuyo nombre he olvidado, quedé impresionado por la brutalidad de los intercambios, y que fuese una verdadera ciudad fantasma casi totalmente abandonada. La misma sensación que me produce el edificio de la pequeña mezquita sin uso que en el barrio Plaka de Atenas cuyos bajos han sido ocupados por tiendas de souvenirs. Todo ello es agresivo, y como única explicación nos remite a las guerras de religión.

Hace años, demasiados quizás, intenté pasar de Rodas a la costa turca, a Marmaris en concreto. Era principios de los años ochenta, y por más que preguntaba en el puerto de Rodas por algún barco que hiciese el corto trayecto, todos me negaban que existiese esa posibilidad. Finalmente, logré averiguar en el puerto uno pequeñito que hacía el recorrido. Iba atiborrado. Resultaba penoso saber que aquella corta distancia, como era evidente salvada a diario, no podía recorrerse si no es con clandestinidad.

Me encanta Afrodisias, una ciudad, hoy en Turquía, que resistió al empuje cristianizador e hizo del paganismo su refugio hasta una fecha tan tardía como finales del siglo V. Su arte, sus calles, su empaque, nos dicen, o me dice a mí, mucho más que la no muy lejana Éfeso, quizás bajo la impronta excesiva de la prédica de san Pablo. Me encanta igualmente Pérgamo, igualmente turca, que, aunque desprovista de su altar célebre sito en el Museo Pergamon de Berlín, nos recuerda a los pies de una escarpada montaña que allí curaban los griegos antiguos sus enfermedades mediante el sueño. Digno antecedente de Freud: la curación mediante el sueño y la palabra.

Se me hace difícil pensar en que los ultranacionalismos turco y griego puedan volver a las andadas, pero dadas las condiciones de crisis extendida no parece imposible un estallido militar en la zona. La intolerancia ha ido haciendo su labor de zapa, y estamos ahora como la comienzo. Una vieja pesadilla que retorna.

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