Tribuna

Luis g. Chacón

Experto financiero

Franquismo, economía y cine

Franquismo, economía y cine Franquismo, economía y cine

Franquismo, economía y cine

Existe la idea de que el franquismo cercenó la cultura hasta impedir cualquier atisbo de calidad artística. Y a la cinematografía de la época se le supone tal carga ideológica que algunos creen que con sólo ver Raza te conviertes en un ogro fascista. Pero aquel cine fue, no sólo una válvula de escape de la gente de la calle, sino también su reflejo. Un retrato minucioso del día a día de quienes sufrieron una larga posguerra y vivieron el desarrollismo de los sesenta. Pretendo ilustrar con un puñado de títulos la historia económica del franquismo, utilizando films contemporáneos que hubieron de burlar la censura para contar la realidad del momento. No están todos, pero no sobra ninguno.

El franquismo tiene tres etapas económicas diferenciadas. Hasta 1950, la autarquía promovida por Falange se caracterizó por la depresión, la escasez, el estraperlo y la paralización económica. Surcos (1951), ambientada en Lavapiés y dirigida por Nieves Conde, es la película que mejor retrata esos años. Muestra, con una mirada oscura y durísima, deudora del neorrealismo italiano, la vida de los inmigrantes en el Madrid semiderruido de la posguerra donde el estraperlo, la prostitución, la delincuencia y la infravivienda eran habituales. Se inicia con una voz en off espeluznante: "Estos campesinos que han perdido el campo y no han ganado la muy difícil civilización, son árboles sin raíces, astillas de suburbio que la vida destroza y corrompe". Con una mirada más tierna -la de Pablito Calvo-, Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956) disecciona con pulcritud una realidad en la que los niños se ganan la vida recogiendo colillas y un contrato de 1.500 pesetas en una charlotada puede sacar de la miseria al torero fracasado interpretado por Antonio Vico, el tío Jacinto del título.

En los cincuenta se liberaliza mínimamente la economía y la tímida apertura al exterior genera un leve despegue económico. Nada comparable con el ciclo de expansión que las políticas keynesianas de posguerra y el Plan Marshall generaron en la Europa democrática y que sirve a Berlanga de excusa para crear su genial Bienvenido Mr. Marshall (1953) en la que llueven tractores sobre Villar del Río.

A causa de la guerra, barrios enteros estaban en ruinas. Los desahucios forzados eran habituales y la especulación inmobiliaria moneda común. A tal punto llegó el problema de la vivienda que el régimen lo atacó creando un Ministerio. Y el cine, testigo impertinente, lo aborda en numerosas cintas. Historias de Madrid (R. Comas, 1958) cuenta la lucha de varias familias por impedir el derribo de su vieja corrala. El inquilino (Nieves Conde, 1958), que tras su estreno fue retirada por la censura, narra sin concesiones el drama de una familia trabajadora cuyo hogar se cae a trozos. Quizá por eso, se obligó a rodar un nuevo final propagandístico en el que el Ministerio de Vivienda concedía una casa a los protagonistas. Marco Ferreri, con un impagable guión de Rafael Azcona, usa el tamiz de la comedia negra para contar, en El pisito (1959), la boda interesada de José Luis López Vázquez con una anciana, con la oculta intención de heredar su piso una vez viudo y poder casarse con su novia. Y Pepe Isbert convence a su yerno en El verdugo (Berlanga, 1963) para que se quede con su puesto y pueda obtener una vivienda de protección oficial como funcionario.

La economía no llegaba a despegar y las dificultades para prosperar alcanzaban, incluso, a la teórica clase media. Así le ocurre al matrimonio formado por un abogado y una médico en esas dos negrísimas comedias que son La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), ambas dirigidas por Fernán Gomez y protagonizadas con Analía Gadé.

Llegado 1959, el Plan de Estabilización y Liberalización se convierte en la clave del tercer período. El desarrollismo, basado en el turismo y la apertura de mercados, se vio favorecido por la situación económica internacional, el bajo precio de la energía, la mano de obra barata y las divisas de emigrantes y turistas. La letra de cambio se convierte en el medio de financiación de la clase media pluriempleada, como el aparejador que encarna Alberto Closas en La gran familia (F. Palacios, 1962). Los electrodomésticos, la vivienda o el seiscientos se adquirían a base de firmar letras que podían convertir los sueños en pesadillas si no se atendían al vencimiento y eran protestadas, como le ocurre a Cassen con su motocarro, en Plácido (Berlanga, 1961). Ahora, nuestro cine ofrece visiones más optimistas. Las vacaciones se generalizan para las clases medias urbanas y el turismo, gran generador de riqueza y divisas se convierte en protagonista absoluto del cine de Alfredo Landa o Martínez Soria-El turismo es un gran invento, (Lazaga, 1968)- que constituyen todo un género por sí mismas.

Tras la crisis petrolera de 1973, la agonía del dictador marcó la del régimen y fue la Transición la que nos situó definitivamente en Europa. Sean estas cuatro pinceladas que retratan la evolución económica del franquismo un homenaje a un cine injustamente olvidado que merece reconocimiento por su calidad y como vehículo pedagógico y vívido retrato de nuestra historia reciente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios