Tribuna

M. Enrique Figueroa Clemente

Profesor de la Universidad de Sevilla. Académico de Número de la Academia Iberoamericana de La Rábida

Día de la Tierra en tiempos de Covid-19

El 22 de abril se celebra el Día de la Tierra. Podemos hacernos una pregunta: ¿Qué es la Tierra? La Tierra es nuestro planeta. Un planeta que inició su formación hace 12.000 millones de años. Nuestro planeta evolucionó y se dieron, al cabo del tiempo, las condiciones para un hecho sustancial, quizás improbable y maravilloso: el origen de la vida. Lo cual nos hace únicos en el Sistema Solar y quizás en el Universo.

La vida apareció, como un milagro biológico y todavía un misterio no del todo dilucidado en el plano material, hace unos 4.000 millones de años. Cada persona se puede acercar a esta realidad de la vida de la forma que quiera, desde un punto de vista puramente material o como un hecho precisado de la intervención divina. En un largo proceso evolutivo, millones de años después del inicio de la vida y un complejo proceso de evolución de las formas vivientes, surge hace 600.000 años el ser humano, el homo sapiens, una especie con visión y proyección trascendente.

¿Hemos protegido el planeta, y la vida que encierra, a lo largo de nuestra evolución cultural como civilización? Desde 1970, cuando surge la idea del Día de la Tierra, han pasado 50 años. Dedicar un día a la Tierra era una llamada a desarrollar una conciencia que permita preservar el planeta y sus criaturas.

¿Hemos protegido el planeta y sus criaturas en estos 50 años? Creo que la respuesta es un no absoluto. El mundo está mucho peor que en 1970. El listado de disparates, miserias y desastres excede a la extensión perseguida en esta contribución.

Llama la atención que en los Objetivos de Desarrollo Sostenible no figure como objetivo explícito acabar con las guerras y la venta de armas. Por supuesto, también hay bondad y amor en el mundo, con lo cual hay esperanza. Deseo recordar aquí el denominado Proyecto Esperanza defendido por Roger Garaudy, en 1976 para alcanzar una nueva civilización.

El papa Francisco ha hablado sobre el Covid-19 en el Día de la Tierra. De nuevo ha sido claro y contundente: Hemos contaminado y saqueado la Tierra, poniendo en peligro nuestras vidas. Para el Papa, el planeta no es un depósito de recursos que explotar. Para nosotros los creyentes el mundo natural es el Evangelio de la Creación, que expresa la potencia creadora de Dios, y en lugar de eso la hemos contaminado y depredado, poniendo nuestra propia vida en peligro. Es muy clara la idea, el planeta no es un depósito de recursos que expoliar, un lugar donde la explotación del ser humano, por el propio ser humano, sea una cruda y continua realidad. Nuestro planeta no es un espacio de oportunidad de negocio para explotadores. En el año 2015, el papa Francisco escribió un documento que con seguridad es el documento más importante escrito en lo que va de siglo para salvar el planeta y sus criaturas: la Carta Encíclica Laudato Si.

Sobre el cuidado de la casa común. El documento muestra muchos mensajes concretos para establecer una relación de armonía con la Tierra y el resto de la humanidad. El Papa nos llama a entender que las tragedias naturales son la respuesta de la Tierra a nuestro maltrato. A veces los organismos patógenos para el ser humano surgen de una naturaleza muy antropizada, con animales sometidos a estrés en ambientes deteriorados, mezclados con animales de consumo en los contactos entre ciudades y zonas degradadas por la expansión urbana. Animales que pueden ser foco de mutaciones que no tendrían incidencia en un medio más equilibrado y natural donde no habría zoonosis negativas para la humanidad. No olvidemos que la contaminación de nuestras ciudades baja las defensas, ayudando a una mayor letalidad de los patógenos que pudieran llegar a ellas, especialmente en colectivos de riesgo como personas mayores o con enfermedades y debilidades previas. Quiero recordar aquí el pasaje evangélico de los mercaderes echados del templo (San Mateo, 11, 15-19). A la vista del templo convertido en lugar de venta, cambio y especulación, degradado como nuestra casa común, templo de Dios, manifestó Jesús: "Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes, más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". El planeta, por los que se enriquecen con la desgracia, el sufrimiento y la explotación, se ha convertido en cueva de ladrones. José Luis Martín Descalzo, en su libro Vida y misterio de Jesús de Nazaret, explica que Jesús no solo ponía énfasis en el execrable espectáculo que vio en el templo, sino que especialmente denunciaba los delitos cometidos fuera del mismo.

Independientemente del mucho amor constatable que hay en el mundo, nos podemos preguntar, ¿qué hemos hecho a nivel global en estos cincuenta últimos años con la avaricia depredadora globalizado? Pensando en los tenebrosos tiempos que vivimos por causa del Covid-19, aún con el amor manifestado y la solidaridad percibida, podemos meditar sobre si algunos están convirtiendo el planeta, nuestra casa común, aún más todavía en los tiempos de este coronavirus que nos asola, en una cueva de ladrones globalizada, un mundo hipócrita, como el escenario que vio Jesús al entrar en la casa común de oración.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios