Tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer

PhD CEO yKratos I+D+i

Democracia demediada

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Democracia demediada

Un colectivo político que proponga un modelo autocrático de organización de la sociedad puede ser constitucional, pero no por ello necesariamente democrático. Ésta es la trampilla por la que se están colando algunas opciones partidistas que proponen alternativas abiertamente reñidas con la democracia. Además, todo partido democrático debería acceder al poder ejecutivo consciente de que, más pronto que tarde, tendrá que cederlo a sus opciones alternativas, mientras que los populistas lo hacen con la intención de no hacerlo. Cuando estos últimos alcanzan democráticamente el poder ejecutivo lo primero que hacen es pervertir el sistema político transformándolo de hecho en una democracia demediada, sea de orientación conservadora o progresista.

La facilidad para el uso interesado de las nuevas tecnologías, y más en concreto internet, nos debería hacer pensar si no es el momento de exigir a los partidos políticos algo más que acatar el texto actual de la Constitución, apalancando en la misma unas mínimas condiciones que blindaran nuestro sistema democrático. Los partidos deberían ser democráticos en sus propias organizaciones, fijarse objetivos democráticos y establecer medios exclusivamente democráticos para alcanzar dichos objetivos.

La democracia exige como condiciones sine qua non, aunque no suficientes, la igualdad ante la ley, que cualquier ciudadano o ciudadana tenga derecho a votar -lo contrario sería una meritocracia- y que, además, se sienta libre para hacerlo, sin coacciones de ningún tipo, así como el respeto a las libertades civiles garantizadas por ley.

El mayor peligro que acecha hoy a nuestra sociedad lo representa el propio cuestionamiento del sistema democrático por una parte in crescendo de la ciudadanía. Sólo el perfeccionamiento y actualización de este sistema político lo salvará y lo podría consolidar al menos para otros doscientos años.

Se está comparando por algunos lo que representó la aparición de Podemos a los legislativos con la de Vox, lo cual es un error de libro, o de no ser muy bien intencionado al hacerlo. Podemos era un movimiento de la sociedad civil que unas élites universitarias supieron canalizar, con sus aciertos y errores, como un partido político y que tuvo el gran mérito de despertar valores democráticos aletargados, si bien parece que sus expectativas electorales están hoy cerca de limitarse a las de una izquierda unida renovada. Sin embargo, Vox, que no es un partido nuevo, no nace desde la propia sociedad, sino por el impulso de unos pocos migrados del PP, que se han subido con éxito a la actual ola ultramontana internacional.

En cuanto a Ciudadanos, tras unos probables pactos de gobierno autonómicos y locales con el PP y sus alianzas de investidura con Vox, podría ir agotándose como alternativa útil para los electores de centro derecha, los cuales podrían optar por el original y no por la copia que no ofreciera estrategias ni tácticas políticas diferentes, enfrentándose así a un futuro incierto, lejos de sus recientes aspiraciones, y limitado a convertirse en bisagra liberal.

¿Por qué triunfan las expectativas electorales de Vox con mensajes simples y hechos alternativos esmeradamente elaborados? Fundamentalmente porque los partidos tradicionales no han estado a la altura necesaria para castigar políticamente la mentira, ni para explicar debidamente a los ciudadanos las bondades de sus ofertas políticas. Un claro ejemplo es el del modelo de Estado; en el ambiente flota desde hace bastante tiempo que las autonomías son un derroche que sólo beneficia a unas pocos que ocupan puestos innecesarios para una eficaz y eficiente gestión política de los intereses de la mayoría de los ciudadanos. Pues bien, los partidos políticos no han sabido trasladar al elector las ventajas de un modelo de Estado autonómico sobre las del Estado centralizado que Vox defiende basándose en un trasnochado sentimiento ultranacionalista, más que en razones objetivas. Tampoco que la llegada de inmigrantes podría favorecer a la economía y al desarrollo de España, ni que la violencia de género es una realidad innegable e indiscutible y que los hechos acaecidos respaldan la necesidad de luchar contra esta lacra, etcétera.

La insoportable levedad de una izquierda carente de ideas y soluciones que ha ido aparcando la política de intereses para sustituirla por otras cortoplacistas de perfil identitario y una derecha líquida que a veces se autoproclama conservadora y otras liberal, al pairo de las circunstancias y las coyunturas, están abonando el terreno para que los populismos avancen y que sus propias organizaciones se desmembren.

Tildar de franquistas o de fascistas a los votantes de las simplistas ofertas políticas de Vox es un craso error que les retroalimenta. Los partidos deberían hacer examen de conciencia, admitir que Vox no ha surgido por generación espontánea y que en sus manos está neutralizarlo mediante una urgente y profunda regeneración democrática de la política en España.

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