Tribuna

josé vilaplana blasco

Obispo de Huelva

Conmoción

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Conmoción

Hoy es el día en que contemplamos a Cristo Crucificado, hoy es Viernes Santo. Llegamos a la recta final de la Semana Santa y nos preparamos para vivir el momento central de la vida del cristiano. Hoy nos ponemos delante de la Cruz y con mirada de fe, ante esa imagen de Cristo que no deja de conmovernos, nos encomendamos a la infinita misericordia de quien, siendo el Hijo de Dios, se hizo el último de los últimos para entregarnos su vida entera y así salvarnos.

Hoy, que tocamos "la carne sufriente de Cristo", en recuerdo de las palabras del papa Francisco, me vienen a la memoria dos personas que representan a tantas, y cuyos testimonios quiero compartir con vosotros, queridos lectores. Dolores y Manuel son usuarios de la Casa Santa María de los Milagros de Cáritas. Es un recurso para personas sin hogar que necesitan continuar con un proceso de recuperación y tratamiento tras su salida del hospital o tras un accidente. Son personas que están solas, que no tienen a donde ir: son los últimos de los últimos, con nombres y apellidos.

Y dice Manuel: "Puedo dar las gracias a Dios que no me han encontrado como un gusano en la calle al verme acogido en esta casa, porque no tengo a nadie, no tengo a donde ir y con esta enfermedad me encuentro sin fuerzas, ahogándome". En Manuel podemos experimentar la Pasión de nuestros días, el "despreciado y evitado de los hombres" ante el cual se ocultan los rostros (Is 53,3). Es la vida entre cartones, la ausencia de dignidad en nuestras calles, la conmoción ante estas personas en las zonas de paso y, como cristianos, tenemos la responsabilidad de acabar con estas situaciones de injusticia que nos rodean. Como señala el filósofo Blas Pascal, "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo".

La Casa de los Milagros, a la que este año hemos dedicado el Gesto Solidario de Cuaresma, es una respuesta a los últimos de los últimos. Es también el hogar de Dolores, en el que convive con quienes ella, que padece una enfermedad grave, llama familia. Es donde resuenan las palabras de cariño y atención, donde los últimos dejan de serlo.

Hoy es Viernes Santo y nos ponemos delante del Crucificado con lo que tenemos, con lo que realmente somos. En este día, como en otros, descargamos sobre Él nuestras preocupaciones y sufrimientos y nos situamos delante del Cristo sufriente en el que tenemos que ver a Manuel y a Dolores y a tantos que, como ellos, viven su Pasión buscando respuestas.

Es un Viernes de silencio, de mirarnos adentro, de ver qué nos mueve el corazón y qué nos importa verdaderamente. La Cruz no es historia del pasado, sino la cruda realidad que tenemos que enfrentar cada día, la nuestra y la que por nuestra responsabilidad y compromiso como cristianos tenemos que asumir como propia. En el día de hoy, más que nunca, me gustaría lanzar una invitación a no mirar hacia otro lado y a enfocarnos en las realidades que nos rodean y que despojan al ser humano de su dignidad: los asentamientos de la provincia y la insalubridad y calamidades que en ellos se viven, la precariedad laboral, las rupturas que afectan a las familias, la desesperanza de los jóvenes y tantas otras situaciones a las que, en ocasiones, parece que nos hemos acostumbrado.

Si hay algo que los últimos años de crisis vividos nos ha enseñado es que nadie tiene un estatus garantizado y que las dificultades alcanzan a cualquiera; que las horas bajas o el no llegar a fin de mes ya no es para los de siempre. Por ello, considero necesario que estemos atentos a lo que tenemos que dar en nuestro tiempo para que cuando miremos atrás podamos contestar honestamente a la pregunta de qué hemos hecho por nuestro hermano: ¿Lo acogimos? ¿Lo quisimos? ¿Le tendimos la mano? ¿O tal vez nos pudo la comodidad y le dimos la espalda? Estas interrogantes las planteábamos al inicio de la Cuaresma.

Dolores y Manuel son la oportunidad que tenemos hoy para no avergonzarnos de la Cruz de Cristo: son una llamada de atención a nuestras conciencias. Y la Casa de los Milagros, como comúnmente es llamada, es lo que su propio nombre indica, el milagro hermoso de la providencia de Dios que convierte la carne sufriente de las personas más débiles y vulnerables en la esperanza que nunca habían tenido: la Pascua, esto es, el paso de Cristo sufriente y muerto a Cristo Resucitado que es para nosotros fuente de esperanza y que celebraremos el próximo Domingo de Resurrección, durante los 50 días de la Pascua y siempre. Es el Cristo joven, que ya no muere más y que sigue hablando hoy al mundo, a través de los últimos de los últimos.

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