Tribuna

jAIME bATLLE

Profesor colaborador de Loyola Executive Education

Antropología de la democracia española

El que nada se mueva sin control político, desde lo más grande a lo más ínfimo, sólo demuestra el clientelismo al que se ha sometido la sociedad

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Antropología de la democracia española

Cuando un país se libra de una dictadura no es sólo la libertad y la falta de coacción lo que adquiere; merece la pena entonces construir una sociedad fundamentada en el derecho y en principios que garanticen una sociedad democrática; esto es, una constitución que otorgue la soberanía a la sociedad civil, no a los partidos políticos, leyes justas y sobre todo, la separación real y efectiva de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin esa separación e independencia no hay democracia. Es imperdonable que nuestra tan "admirada transición", sólo sirviera para ganar la libertad pero no la democracia.

Sucedió que la nueva clase política de entonces hizo una constitución que otorgó la soberanía a los partidos políticos y se dio cuenta que el acceso a la política estaba trufado de ventajas, tanto de posición como económicas. Se percató también de que para conservarlas tenía que cerrar el acceso a las iniciativas de la sociedad civil y entonces se convirtió en una casta inaccesible, que legisló para protegerse.

La utilización como parapeto del terrorismo le vino fantásticamente a esta clase política, porque encontró en aquel horror a un enemigo en el que concentrar lo importante, y vaya si lo era, como epicentro de la preocupación del país. La dura reconversión industrial y la posterior crisis económica hicieron el resto. Mientras eso sucedía, su clase política estaba trabajando en paralelo, con esa "distracción" como aliada, en cimentarse como casta a medida que legislaba para protegerse e iba desmontando las bases de la independencia de poderes, especialmente el judicial, al objeto de crear una democracia a su medida. Con todo ello, la sociedad no tuvo oportunidad de recibir una pedagogía democrática verdadera y sana.

Añadiría además un componente antropológico; somos un país de pícaros, y siendo así, el pícaro es el primero en entender la diferencia entre lo propio y lo de los otros, que se afana en apropiarse, resultando que si "lo del otro" le resulta inaccesible -de eso se ha encargado la casta política- el pícaro condescenderá en que no está a su alcance lo que es del otro y sólo se levantará en tanto en cuanto "ese otro" ponga en peligro las migajas de que apropiarse. Esta es una de las razones por la que nuestra clase política campa a sus anchas, y no me refiero sólo a la corrupción, ante la actitud pasiva de la sociedad. Lo que cierra el círculo es la degradación del sistema educativo que impide la comprensión intelectual de lo que es realmente y en esencia, una democracia.

No de otra manera puede explicarse, y pondré sólo algunos ejemplos, que un partido político gobierne una comunidad durante 40 años o tantas puertas giratorias, o que los partidos políticos se financien a través de comisiones de grandes empresas beneficiadas por el Estado mediante adjudicaciones, o tantos casos de corrupción en los que, día si y día también, se ven implicados políticos de todo signo, o el bajo nivel intelectual que demuestran muchos de nuestros representantes públicos.

Cabría decir que es cierto que generalizar no es la mejor de las opciones para sostener con coherencia ningún argumento, pero no es menos verdad que ningún político en activo haya sido capaz de trasladar públicamente que la obediencia al jefe de la formación es sagrada y que en consecuencia los partidos políticos no son democráticos, sino sectarios.

Para quienes les resultaba insoportable se marcharon de la política y es bien cierto que abandonaron dicha actividad políticos honestos, al margen de su talento como tales, tanto de derechas como de izquierdas.

El que no se tosa al jefe de la formación de turno, es un factor de distorsión democrática estructural, tanto interna -de los partidos- como del sistema, lo que demuestra que este está corrompido desde la raíz a la punta. El que nada se mueva sin control político, desde lo mas grande a lo mas ínfimo, sólo demuestra el clientelismo al que ha sido sometida nuestra sociedad y constituye una prueba irrefutable de la carencia democrática en la sociedad española.

Volviendo al planteamiento antropológico, la picaresca sólo tiene un límite para ponerse en y de frente; que no haya migajas que picarear. Sólo en ese caso peligrara la supervivencia de esta clase política que padecemos y el mantenimiento de este andamiaje clientelar, que no democrático.

De momento nuestra clase política lo resuelve todo con deuda pública, porque es incapaz de reducir el gasto; se impone dejar de corromper, hacer que los poderosos y sus empresas cumplan con sus impuestos dejando de beneficiar a los de siempre con dinero público ; y por supuesto, diciéndole la verdad al país.

Veremos qué ocurre cuando empiecen a preocuparse lo que ellos llaman, los mercados, que en español se denomina acreedores, cuando nuestra deuda pública entre en zona de riesgo respecto a su devolución.

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