La todavía abierta crisis catalana ha tenido muchos efectos en la vida política española y uno de ellos es, sin duda, la emergencia de Ciudadanos como una potencia política con cada vez más posibilidades de ser una alternativa de Gobierno en las distintas administraciones del Estado. Ciudadanos es, hoy por hoy, un partido transversal, capaz de conseguir votos del centroizquierda y del centroderecha, con una visión unitaria y moderna de España y con una plantilla de políticos cuya bisoñez en este terreno le permite, sin embargo, no estar manchado con el estigma de la corrupción, tan presente en los partidos que fundaron la Democracia del 78.

Ejemplo de eso que se ha llamado la nueva política, Ciudadanos, al contrario que Podemos, ha optado por una política reformista y responsable, cuya pretensión es sanear el sistema, no volarlo. De alguna manera, se puede decir que es el anticuerpo creado por el sistema inmunológico de la democracia española. Lo ha dejado claro con una política pactista tanto a nivel nacional como andaluz que ha buscado la estabilidad institucional por encima de las trifulcas políticas. Ciudadanos se va consolidando cada vez más como un partido de las clases medias desideologizadas que priman el pragmatismo y la moderación sobre las viejas pugnas teóricas del eje derecha-izquierda. Quizás por eso, sus detractores de Podemos, en un insulto un tanto pueril, lo llaman el "partido del Íbex".

En la balanza de lo negativo hay que señalar algunos bandazos ideológicos y un exceso de marketing político y oportunismo que, a veces, transmiten la sensación de ser un partido de laboratorio. También un cierto jacobinismo que sabe que es impracticable en la España actual, pero que le da réditos electorales. Como gestor es todavía una auténtica incógnita, ya que sus cuotas de poder son ínfimas. El tiempo dirá si la joven promesa se convierte en un valor asentado.