El final de una campaña decepcionante

Resulta un anacronismo que se impida a los medios de comunicación difundir encuestas electorales días antes de la cita

Si la oferta final que se le presenta al elector es si prefiere una España rota o una fracturada. Si el objetivo fundamental de los partidos es fomentar la polarización de la sociedad y su estratificación en bandos. Si la fórmula para alentar la participación consiste en primar el rechazo al adversario frente al respaldo del proyecto propio. Si la descalificación se impone al contraste de ideas. Si, como ha sucedido, confluye todo lo anterior, mal servicio prestan a los votantes los partidos políticos que deben representarlos en las instituciones. Y la campaña electoral que concluyó anoche ha transcurrido, en líneas generales, por esos derroteros. El paro, la educación, el futuro de las pensiones, la sanidad o los modelos económicos han pasado una vez más de puntillas. De ahí la decepción final en este balance. Las formaciones llevan muchos meses exclusivamente centradas en esta convocatoria a las urnas, pero es cierto que la peculiaridad derivada de la fecha de la misma ha dificultado compatibilizar los mensajes políticos con la Semana Santa. La actividad se ha concentrado en unos pocos días y la ha acaparado los dos grandes debates celebrados. La ausencia de Vox, por decisión de la Junta Electoral Central, resulta inexplicable y ha provocado que se hurte a la ciudadanía una información muy importante sobre un partido al que todas las encuestas le otorgan un papel relevante en el futuro escenario parlamentario. La propia celebración de este tipo de citas durante la campaña no puede quedar al albur o el capricho de los candidatos, para que decidan en cada momento si estratégicamente les conviene contraponer o no sus puntos de vista con los del resto de aspirantes. Es necesario que queden regulados por ley. También resulta un anacronismo en pleno siglo XXI que se impida a los medios de comunicación difundir encuestas y proyecciones de los posibles resultados con casi una semana de antelación a las votaciones. En un mundo globalizado, con sondeos que se pueden servir a la población desde cualquier país ajeno a la normativa española o en los que con ingenio se puede sortear la prohibición con la simple sustitución del nombre de un partido político por el de una hortaliza con el color de su imagen corporativa, esas limitaciones, además de absurdas, resultan impropias para una democracia avanzada, como la nuestra. Así no se protege la libertad del votante. Más preocupante es la proliferación de perfiles falsos en las redes, los llamados trolls y bots, que se emplean para divulgar bulos y manipular voluntades. Ése sí es un peligro real que debe afrontarse.

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