Un excesivo peso de Cataluña en las dos cámaras

Es excesivo que dos catalanes presidan las dos cámaras en una legislatura en la que se reformará la financiación autonómica

La decisión de Pedro Sánchez de colocar a dos catalanes federalistas como presidentes del Congreso de los Diputados (Meritxell Batet) y el Senado (Manuel Cruz) presenta, como es normal en toda operación de cierta complejidad, luces y sombras. En primer lugar, es positivo que el muy posiblemente presidente del Gobierno en la próxima legislatura haya conseguido driblar, con no poca habilidad, los intentos del independentismo de impedir, con una maniobra claramente desleal, que un catalán, Miquel Iceta, fuese presidente del Senado. Como dijo un comentarista político: "Si no quieres café, dos tazas". También es loable que Pedro Sánchez quiera impulsar la presencia en las altas autoridades del Estado de políticos catalanes comprometidos con la continuidad de España como proyecto político común, aunque desde posturas federalizantes que, en algunos casos, pueden suscitar duras polémicas con el resto de partidos constitucionalistas. Nadie duda de que, en esta legislatura, como no podría ser de otra manera, Sánchez va a intentar dejar encauzado el problema de Cataluña -para lo que tendrá que dialogar con aquellos sectores del independentismo menos radicalizados- y que, para ello, necesita de argumentos y personas que refuercen la idea de que Cataluña y sus ciudadanos son valorados y queridos en las instituciones del Estado. Además, es evidente el importante peso económico, político y demográfico que tiene este territorio histórico, por lo que es normal que tenga una representación de peso en las instituciones.

Sin embargo, la decisión de Sánchez de que las dos cámaras de nuestra democracia estén presididas por catalanes federalistas es claramente excesiva, y mejor hubiese sido limitar esta operación al Senado, la institución de representación territorial por excelencia. El problema de Cataluña es complicado y grave, pero no puede condicionar absolutamente todas las decisiones políticas. Más en una legislatura en la que, como ya se ha anunciado, se va a acometer -por fin- la tantas veces retrasada reforma de la financiación autonómica, en la que los distintos territorios tienen posturas diversas, cuando no claramente enfrentadas. Es cierto que, con su maniobra, Pedro Sánchez ha conseguido descolocar al independentismo catalán, pero también se corre el riesgo de un desequilibrio que termine molestando (y quizás perjudicando) al resto de los territorios que componen el país.

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