Con la llegada de la primavera, la educación andaluza, y española en general, volvió a salir a la calle. Es difícil calcular el verdadero impacto de la huelga de ayer, porque a la habitual guerra de cifras entre administraciones y sindicatos se une la tradicional opacidad de la Junta y de muchas universidades a la hora de facilitar datos sobre la incidencia de la jornada en el profesorado. Todo indica que el seguimiento fue masivo por parte de los estudiantes, pero mucho menor entre los docentes. Por lo pronto, sindicatos importantes en la enseñanza media, como ANPE, no se sumaron a la convocatoria, lo que debió restar bastante en la participación de los docentes. Eso sí, los convocantes lograron uno de sus principales objetivos: paralizar la actividad académica en los institutos y las universidades.

Los huelguistas protestaban por motivos un tanto generales. Uno de los principales era exigir la retirada de la Lomce, cuando es de dominio público que los efectos más rechazados de esta ley por la comunidad educativa, como las famosas reválidas, han sido neutralizados y que, en la actualidad, los partidos mayoritarios están trabajando para llegar a un gran pacto por la educación. Derogar ahora la Lomce traería más perjuicios que beneficios. Eso sí, la huelga puede servir para instar a Gobierno y oposición a no dormirse en los laureles y a trabajar con celeridad para alcanzar, de una vez por todas, el acuerdo que acabe con los enfrentamientos políticos en torno a esta materia.

La incapacidad de la clase política para dotar a España de un sistema educativo estable y eficaz es una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia. No es tanto una cuestión de más o menos recursos económicos, que también, como de la creación de una herramienta que permita preparar a nuestros escolares para ser eficaces y competitivos en un mundo cada vez más difícil y complejo, en el que el conocimiento y la tecnología marcarán claramente la diferencia. Asimismo, el sistema del que nos dotemos en los próximos tiempos debe hacer especial hincapié en los valores humanísticos que inspiran a las democracias occidentales. No todo son ordenadores. Palabras como solidaridad, decencia, amor por el trabajo bien hecho, libertad o igualdad deben inspirar cada uno de los actos pedagógicos. España vuelve a tener una oportunidad de alcanzar el acuerdo; si los políticos lo vuelven a desaprovechar, sí asistiremos a un auténtico conflicto en las aulas.

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