La batalla por la presidencia de RTVE le ha debido de servir al jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, para darse cuenta de los muchos escollos que encontrará en el camino mientras dependa de apoyos parlamentarios tan diversos y contradictorios como Podemos, los nacionalistas vascos o los independentistas catalanes. En un pacto secreto que nada tiene que ver con esa nueva España transparente que se nos dijo, Pedro Sánchez se comprometió a pagar el apoyo de la formación morada con -que sepamos hasta ahora- el control de la radiotelevisión pública, un aparato informativo (y también propagandístico) que, si bien ya no tiene el monopolio del pasado, sigue demostrando una gran influencia en la sociedad española. Todos los gobiernos, tanto populares como socialistas (sin olvidar UCD), han usado a RTVE como un arma al servicio de sus intereses, pero sorprende -y sobre todo inquieta- la obsesión de Pablo Iglesias por hacerse con su control. Iglesias, un político que ha sabido usar como nadie el medio televisivo y con un talento especial para la comunicación, es consciente de la importancia que podría tener el control de RTVE en sus planes de llegar al poder una vez que Sánchez se desgaste en la gestión de una situación política muy complicada. La jugada es maestra: no asumir ninguna responsabilidad de gobierno, pero controlar los medios informativos del Estado. Sin embargo, Iglesias ha cometido un error garrafal -quizás movido por un exceso de confianza-: proponer para el cargo de presidente de RTVE a dos periodistas con altos cargos de responsabilidad en medios de comunicación con una marcada línea editorial pro Podemos, algo completamente legítimo, pero que chocaba con la promesa del presidente Sánchez de poner a un presidente transitorio -hasta que un concurso público elija a su sucesor-, con una brillante trayectoria profesional y una incontestable independencia política. Tras el escándalo, el Gobierno (con el acuerdo de Podemos y el PNV) propone ahora a Tomás Fernando Flores, director de Radio 3, histórico de RNE y desde 1996 al frente del programa musical Siglo XXI. Es el perfil de un profesional al que apenas se le conocen veleidades políticas. Parece que, aunque quizás no es el más adecuado, esta vez no habrá demasiados problemas. Lejos de la RTVE a la que se comprometió Sánchez, el ente continúa siendo un producto de intercambio en el mercadeo político.

De esta crisis llama la atención las prisas que tienen algunos por cobrar cuanto antes a Sánchez su apoyo en la moción de censura. Haría muy bien el Gobierno en no hacer concesiones que se pueden convertir en auténticas trampas. Si le aprietan demasiado, siempre tiene la salida de convocar elecciones.

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