Miguel Ángel Blanco, el consenso perdido

Blanco es un símbolo de la lucha de la sociedad contra ETA, y negarle un homenaje es, como ha dicho Juanma Moreno, mezquino y cobarde

Mañana se cumplen veinte años del cruel asesinato por la banda terrorista ETA de Miguel Ángel Blanco, sin duda uno de los acontecimientos que más han impactado en la opinión pública nacional desde la llegada de la Democracia. Prácticamente, no existe un español que en aquellos días tuviese uso de razón que no se acuerde de dónde se encontraba cuando recibió la noticia de que ETA había consumado su siniestra amenaza de asesinar al jovencísimo concejal del PP, un chico de pueblo, hijo de emigrantes gallegos, que tuvo el arrojo de meterse en política en unos momentos en los que el nacionalismo radical vasco quería imponer su ley e ideología a todos los habitantes de Euskadi.

No ponemos en duda que todas las víctimas de ETA tienen el mismo derecho que Miguel Ángel Blanco a la memoria y al reconocimiento, pero sería absurdo no reconocer que, más allá de la persona, este militante de Nuevas Generaciones se convirtió en un símbolo que movilizó de una manera unánime a todos los españoles bajo un grito general: "¡Basta ya!". El terrorismo independentista vasco dejó de ser una realidad con la que había que convivir para convertirse en un enemigo a batir. A partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco todos los españoles, independientemente de su color político, fueron una piña. Y, aunque la banda criminal siguió cometiendo numerosos atentados, desde aquel día quedó herida de muerte. La concienciación de la sociedad española, sumada a la eficacia de las fuerzas policiales del Estado y a medidas políticas como la ley de partidos, terminó siendo una combinación fatal para ETA.

Por eso no comprendemos y nos preocupa la negativa de algunos partidos políticos a los homenajes propuestos para la conmemoración del asesinato de Blanco. Nos preocupa porque la actitud de Podemos e IU puede ser interpretada como una prueba más de que la izquierda radical ha decidido romper todos los consensos básicos que había alcanzado la sociedad española, desde la Transición hasta el relato de la larga y dura lucha contra ETA. Tiene razón el presidente del PP en Andalucía, Juanma Moreno, cuando califica su postura como "mezquina y cobarde". De Podemos se podía esperar -sus guiños al entorno abertzale son continuos- pero no de IU, que fue una formación que participó plenamente de lo que se llamó El espíritu de Ermua. Menos aún comprendemos la tibieza de algunos -ni muchos menos todos- concejales del PSOE, que incluso han llegado a votar en contra de los homenajes. Habrá que recordarles que fue un valiente alcalde socialista, Carlos Totorika, el que más hizo para que dicho Espíritu de Ermua no quedase en mero desahogo y se convirtiese en un arma letal contra ETA.

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