Un atentado terrorista volvió a sembrar ayer el pánico en uno de los centros neurálgicos del mundo occidental, los alrededores del Parlamento británico en Londres. Un individuo, que finalmente fue abatido por las fuerzas de seguridad, logró matar a cuatro personas y herir a unas 40 al embestir con su coche a los peatones que circulaban por el Puente de Westminster y luego apuñalar a todo el que encontró en su camino. Pese a lo limitado de la efectividad real del atentado, sobre todo si lo comparamos con masacres como la de Atocha en Madrid o la sala Bataclan en París, el terrorista consiguió su objetivo: centrar la atención de todos los medios de comunicación del mundo en Londres, generar el pánico en la población y activar todos los medios de defensa policial del Gobierno británico. Y todo con apenas un vehículo y dos cuchillos que se pueden adquirir en cualquier ciudad europea sin ningún tipo de restricciones.

Aunque nadie se atrevía ayer por la tarde a señalar a alguien en concreto, todo indicaba que estábamos ante un nuevo episodio de yihadismo. De ser así, la noticia nos deja una lectura contradictoria. Por una parte, nos vuelve a mostrar la fragilidad de la población ante un terrorismo que hace daño cuando puede y con las herramientas que tiene a mano. Por muchos recursos que se dediquen, por muchos y buenos servicios de inteligencia y policiales de los que se dispongan, será extremadamente difícil erradicar ese terrorismo de media intensidad que apenas necesita la voluntad fanatizada de una persona para consumar sus propósitos. La long war, como llaman algunos teóricos a la guerra contra el yihadismo, seguirá estando repleta de estos atentados de escala media que algunas veces, como ayer, harán daño y conseguirán sus efectos propagandísticos, y otras, como recientemente en el aeropuerto de París, apenas se quedarán en una anécdota. Ayer mismo se supo que los servicios británicos habían evitado en los últimos tiempos tres atentados yihadistas.

Sin embargo, el ataque de ayer también demuestra lo limitado de las posibilidades del yihadismo. Los países occidentales tienen una seguridad sólida, unas agencias de información y unas policías en las que se puede confiar. Los terroristas podrán causar mucho dolor a las víctimas, pero no conseguirán doblegar a la sociedad occidental en su conjunto. No sólo por nuestras firmes convicciones democráticas, sino también por su debilidad ideológica y técnica. El terrorismo yihadista es eso, terror y nada más.

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