Alfonso Guerra, pieza fundamental en la Transición democrática española, que declaraba hace unos días que "Sólo visitaría a Torra si fuera antropólogo, como personaje exótico, de zoo", daba el retrato exacto de este personaje funestamente pintoresco, grotesco, incompetente e inútil total como político, cuya gestión le ha convertido en burlesca marioneta del fugitivo Puigdemont, al que nada importaba el gobierno de la región y sólo ha medrado irresponsablemente al servicio de sediciosos intereses personales en función de su militancia separatista, secesionista y vertebralmente dirigida a la autodeterminación a la ruptura con el Estado democrático y de derecho, cuya inhabilitación no hace más que certificar su invalidez definitiva y su paso directo a la reprobación y el olvido. Y a pesar de eso el presidente del Gobierno se entrevista con él por mandato expreso e imperativo del tal Rufián, otro espécimen aciago de este nacionalismo despreciable e irredento, que nos amenaza descarada y desafiante con volver a las andadas independentistas. Y todo con la ovina humillación de un Ejecutivo que acata esta ominosa situación para sobrevivir en el gobierno. Sánchez ha batido su propio récord en cambiar en menos tiempo de opinión.

En la presentación de su libro, La España en la que creo, del que subrayó que "lo ha escrito el autor", lo que suscitó el consiguiente regodeo del repleto auditorio, advirtiendo que "en este mundo ustedes saben que unos escriben y otros ponen el nombre en la solapa" y añadiendo "será todo lo malo que quieran pero es mío", Alfonso Guerra describió un claro panorama de la realidad política del momento. Refiriéndose a los inicios del pacto constitucional, aseguró que "tuve la fortuna de que la vida me colocara en el vórtice del huracán y siempre buscando el acuerdo y la concordia", incidiendo de lleno y sin ambages en el conflicto catalanista. Comenzando por las exigencias de la negociación "la ominosa lista de las condiciones… último esperpento de Torra, la conciencia se rebela ante un obsceno chantaje!", preguntándose si con tan intolerable elenco de ínfulas nacionalistas "¿Pretenden la inmunidad de los políticos catalanes para dar validez a sus fechorías?". Es evidente que muchos socialistas "tolerantes" de hoy prefieren mirar hacia otro lado, descalificar o considerar despectivamente las razonables declaraciones del que fuera vicepresidente del Gobierno.

A estas alturas de nuestra historia democrática España tiene problemas importantes cuya solución no puede seguir colapsando el conflicto planteado por los nacionalistas y sus ambiciones soberanistas, instrumentadas de manera alevosa e insultante contra la Monarquía parlamentaria, que es injuriar y contravenir el orden constitucional, el Estado de Derecho. Un principio inviolable, fundamental para la necesaria concordia. Porque, como dijo el Rey: "España no puede ser de unos contra otros. España debe ser de todos y para todos".

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