María Fernández

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La voz de la experiencia

Nuestros mayores no forman parte del pasado, son el alma del presente y la razón de nuestro futuro

Hace un año me llamaron desde la Universidad de Huelva para presentar un programa de radio. Pero no cualquier programa y no en cualquier radio. "Es para dar voz a los alumnos del Aula de la Experiencia", me dijeron. Hasta ese momento no había oído hablar de este colectivo que ocupa las aulas desde 1999. Conocer su lema, Atrévete a saber a cualquier edad, me sorprendió y enamoró a partes iguales. Aunque debo reconocer que desde niña he tenido el mejor ejemplo en casa.

Sin ir más lejos, mi padre era de esas personas que entendían la vida como un camino de formación continua. Finalizó sus últimos estudios a los 50, Psicopedagogía. Con un 10 de media y obteniendo el Premio Extraordinario al Mejor Expediente Académico de su promoción. Y todo, mientras impartía clases de Lengua y Literatura en el Instituto de Trigueros y educaba a sus tres hijos. La recompensa por su nota media: estudiar otro máster gratis del que ya no pudo matricularse porque el cáncer no quiso darle tregua. Estudió, leyó y se formó hasta el final y esa fue parte de su genialidad. El eterno aprendizaje hizo de mi padre una persona única.

Como único es Paco Tébar. Un hombre entrañable que a sus 90 años va cada mañana a clase en su propio coche, hace teatro, escribe y cuenta historias ante los micrófonos como pocos. O Gloria Salas, una mujer de mente inquieta con un hambre voraz de cultura que no pudo estudiar cuando era joven y ahora cumple su sueño después de los 50.

Tampoco se quedan atrás Narciso Bernal, un taxista jubilado amante de la Semana Santa y de su tierra; Juanma Lavadíe, un ex botones con mil y una batallas que contar; o Manoli Rodríguez, una abuela moderna con el pelo de dos colores y alma de guerrera. Ellos y otros muchos son los protagonistas de La voz de la experiencia.

Cada semana muestran sus vivencias y su forma de pensar en las ondas y yo tengo la suerte de guiarles. Ojalá todos escucharan lo que tienen que contar. Porque, a pesar de lo que algunos puedan pensar, no son invisibles ni forman parte del pasado. Son el alma del presente y la razón de nuestro futuro. La Covid nos ha mostrado su vulnerabilidad. Ahora está en nosotros separar la línea entre cuidarles y anularles.

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