El Malacate

Javier Ronchel

jaronchel@huelvainformacion.es

La violencia en torno al fútbol

Los incidentes registrados el miércoles pasado por seguidores del Recreativo en Córdoba han devuelto a primera plana una imagen que no queríamos ver más asociada al fútbol. Mucho menos alrededor de nuestro Decano, que en esta penitencia que le ha tocado sufrir esta temporada y las próximas debe mostrarse, más que nunca, como un referente por historia, por entidad y por la categoría de su afición, de Primera División, juegue donde juegue su equipo.

El suceso de esta semana es paradójico también por haber ocurrido en los alrededores del Nuevo Arcángel, escenario tiempo atrás de grandes jornadas de convivencia entre las aficiones recreativistas y cordobesistas, con una relación que siempre fue ejemplo de corrección y cordialidad. En cualquier caso hay que dejar muy claro que fue un reducido grupo el que ensombreció el desplazamiento de cientos de recreativistas esa mañana, festiva en lo laboral y en lo futbolístico para tantos onubenses.

Partimos de un punto innegociable: nunca la violencia se puede justificar. Los valores del deporte deben estar siempre por encima de la rivalidad que pueda derivarse de toda concurrencia competitiva. Sobre todo si nos movemos en categorías que no son profesionales y que deben reflejar el espíritu propio de la práctica amateur.

Lo más preocupante, sin embargo, es que no se trata de un hecho aislado. En las últimas semanas también se ha dado cuenta en la provincia de Huelva de distintos episodios violentos en categorías oficiales de aficionados y, peor aún, de base. Algunos, entre menores, protagonistas activos y pasivos, con padres y familiares predispuestos a saltar a la mínima oportunidad.

Debemos plantearnos qué falla en el deporte y sus dirigentes para que siga provocando los instintos más alejados de los que son su razón de ser, como elemento de encuentro y concordia. Y probablemente la respuesta la encontremos fuera de este ámbito, entre una sociedad en la que el enfrentamiento suele ganar la partida al entendimiento, y la ira y la agresividad hacen lo propio ante la calma y la educación.

Tenemos una clase política que no ayuda y que es reflejo también de una rivalidad belicosa, polarizada más que nunca estos últimos años en la calle. Ese enfrentamiento se ha generalizado, instaurado en todos los órdenes y ámbitos más cotidianos, con un grave riesgo de contagio entre nuestros hijos, y sin que el fútbol medie. La Administración tiene herramientas pero la llave es nuestra. Hay que pararse en seco y hacer una reflexión colectiva para ver qué mundo queremos. Éste, desde luego, no.

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