Gentilmente invitados por la Asociación 'La Casa del Rincón', hemos visitado Montilla. El principal aliciente era conocer la casa del Inca Garcilaso de la Vega, el primer gran escritor mestizo de nuestra lengua. Su busto en los jardines de la Casa Colón y la programación del Otoño Cultural Iberoamericano en 2016 dejaron constancia del cuarto centenario de su muerte. Sus padres, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, no se casaron por imposiciones de la Corona que hoy consideraríamos supremacistas. Es reconocido como "príncipe de los escritores del Nuevo Mundo" y es significativo que, viviendo en España desde los veinte años, demostrara un conocimiento tan cabal de su país de origen, plasmado en una extensa y variada obra de enorme calidad.

El mayor descubrimiento fue, sin embargo, el de la dinastía Alvear, en la que destaca la figura de Diego de Alvear y Ponce de León. Comisionado por Carlos III para una misión en América, un episodio trágico marcó su vida cuando en 1804 regresaba a España en la fragata 'Nuestra Señora de las Mercedes', con su esposa, la porteña María Josefa Balbastro y sus nueve hijos. Con Carlos María, el mayor de ellos, Diego se había trasladado a la nave capitana, la 'Medea', lo que salvó su vida, ya que la 'Mercedes', con el resto de su familia y su rico cargamento, fue hundida por una flota británica violando el Acuerdo de Paz de Amiens. Hasta fechas recientes ha sido noticia la 'Mercedes' por el expolio de los cazatesoros de Odyssey y la subsiguiente reclamación del estado español.

Carlos María daría origen a la rama argentina de la saga, que incluye a un presidente de la nación, Marcelo Torcuato de Alvear. Por otra parte, de las segundas nupcias de Diego con Luisa Rebecca Ward nacerían siete hijos que, con sus descendientes, llevarían a la empresa vinícola familiar de Montilla a cotas de calidad muy elevadas, con la variedad Pedro Ximénez como estrella. Añadamos que fuentes solventes afirman que José de San Martín, el Libertador de Argentina, era hijo natural de Diego de Alvear, y tendremos el cuadro de un relato real, que se diría de ficción. Y ya no hay espacio para hablar de otros montillanos ilustres como el Gran Capitán o el doctor de la Iglesia Juan de Ávila. Todo eso y la cálida acogida de unas gentes con las que compartimos la vocación iberoamericana, son razones sobradas para volver.

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