Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

El viaje de la dignidad real

Las inmigrantes que vienen a ganarse la vida vuelven a casa con más dignidad de la que algunos les mostrarán nunca

Lo escribí hace unos años, pero ayer regresó esa anécdota a mi cabeza -hay sitio de sobra, no sufran- tan pronto como vi las imágenes de las trabajadoras marroquíes que regresaban a casa después de que la inoperancia de unos cuantos las dejaran atrapadas en la provincia. Sucedió hace ya unos años, pero uno tiene suficiente en su cuenta. Paré de camino a Bilbao con esas diez horas por delante en pleno mes de agosto que te hacen arrepentirte al poco de comenzar el viaje al norte. Era Jaén con ese sol que pocos conocen como ellos. Paré a por el chute nicotínico y a intentar distraer a la muerte pelúa (homenaje a Juan Ruz), cuando me crucé con esos miles de coches cargados hasta más allá de lo seguro con algo que les salvará el año a su familia en su país de origen. Una nena cuyos ojos todavía no he olvidado se me quedó mirando. Iba comiendo un helado, aunque a veces parecía que era el mantecado quien ganaba. Le dije adiós, me sonrió y me devolvió el saludo ante la sonrisa de su madre.

Me acordé de ella durante mucho tiempo, probablemente cuando a sus compatriotas les insultaban por la calle, torcían la mirada cuando la acera los cruzaba en su camino o ponían una mueca de asco al verles de lejos. Esa niña y su familia hacen lo mismo que todos nosotros, intentan ganarse la vida de la manera más honrada posible. Viven en países donde probablemente les traten igual de mal que nosotros y no son culpables de nada. Tendrán que escuchar barbaridades y encarar la vida con un desprecio que únicamente se merece quien lo protagoniza. Escucharán sandeces de bienpagados cargos que la utilizarán para pasear toda su miseria moral por micrófonos y cámaras. Serán los mismos que olvidan que sólo nos separa una generación de vivir lo que esa nena vivirá, y ojalá me equivoque, el resto de su vida.

Ayer miles de compatriotas regresaron a su casa, algo que hacemos a diario, que no damos valor alguno y que debemos celebrar todas las veces que lo hacemos. Estas personas son las responsables de que comamos fresas hasta hace poco y lo único que buscan es conseguir en tres meses el sustento de los suyos. En sus maletas hay más dignidad de la que muchos les mostrarán nunca. No supe cómo se llamaba esa nena con la que me encontré. He vuelto a recordarla y a desear que la vida le haya sonreído. Como me hizo a mí hace mucho. Tanto que aún no la olvidé.

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