Salman Rushdie, el escritor británico de origen indio que lleva huyendo como una rata apóstata desde que el ayatolá Jomeini, a quien Alá tenga en su gloria, ofreció una bolsa millonaria al valiente que le mostrara el camino del infierno, no ha tenido aún su merecido. Sí, es verdad que el aprendiz que lo apuñaló en Nueva York le ha dejado un brazo inútil -nada que no le hubiese ocurrido antes a Cervantes o Valle Inclán, por ejemplo-, el hígado agujereado y un ojo ciego, pero de un sujeto que se apellida Matar uno espera, por novato que sea, mayor pericia. Hasta he llegado a pensar, como el diario de Nacho Escolar, que esta chapuza no puede ser obra de un muyahidín de barba en pecho, sino de uno de esos individuos corrompidos por el capitalismo occidental que por unos cuantos millones de recompensa son capaces de cualquier cosa. Tipo Jaume Roures.

El periódico iraní Kayhar, que es la versión moderada del Gara que dirigió la socia de Sánchez, dedicaba al día siguiente del atentado "mil bravos a la persona audaz y cumplidora que atacó al malvado Rushdie". "La mano de este hombre que desgarró el cuello del enemigo de Dios debe ser besada". ¿Besar la mano del inútil de Hadi por dejar el trabajo a medias? Estos chiítas se nos están amariconando. Ya se conforman con un par de hostias, como el argentino blandengue. No todos, alhamdulillah. En el mismo diario hay un columnista -la excepción de moral recia y vigorosa- que cita a Shakespeare para advertir al renegado que los cobardes mueren mil veces antes de palmar y le recuerda que el líder de la Revolución Islámica Alí Jamenei describió la fatwa dictada por Jomeini como una bala disparada que no descansará hasta que dé en el blanco. Así que menos loas al incompetente de Chautauqua, al que habría que pasarle cien veces el vídeo de la ejecución del traductor japonés de Los Versos Satánicos o del trabajo impecable que hizo en Amsterdam Mohammed Bouyeri, que primero disparó al blasfemo Van Gogh y cuando el cineasta, tirado en el suelo, pedía clemencia, lo degolló con un cuchillo que luego le clavó en el abdomen. Un año después se presentó en la sala donde se le iba a enjuiciar con un Corán bajo el brazo. Para que nadie, ni siquiera Escolar, tuviera dudas de quién era su mandante. Eso es lo que hace un verdadero soldado. A su lado, Hadi Matar es un matao.

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