El otro verano: Mayte

Cada muerte que hubiera podido evitarse era un fracaso y no de una sanidad deficiente sino de toda la humanidad

Cada verano viajaba a España, pero el año pasado no pudo ser. Como muchos otros cooperantes, optó por quedarse en el terreno, redoblando esfuerzos para continuar con el trabajo iniciado y atender a la vez las urgencias que la pandemia iba creando. Pero lo peor vino después, cuando la India pasó a ser el país del mundo con más muertos diarios por covid… con toda probabilidad, casi 10 veces más de los reconocidos oficialmente. Varios millones. Como siempre, la enfermedad golpea más a los que menos tienen. Ella lo sabía por experiencia, antes de que los telediarios lo propagaran a los cuatro vientos.

La zona donde Mayte trabajaba no había sido, por fortuna, de las más castigadas. Pero decir esto, cuando le preguntaban sus familiares y amigos, le escocía enormemente. Cada muerte que hubiera podido evitarse era un fracaso, y no un fracaso de una sanidad deficiente como la india, sino de toda la humanidad. Si algo había venido a demostrar la pandemia es que las soluciones tienen que ser globales porque los problemas también lo son: no solo en la salud, sino en todos los aspectos del desarrollo. Para nuestro futuro como especie no servían de nada las fronteras.

Y ahora, en estos días de descanso que tanto necesitaba, notaba cómo había calado el discurso de rechazo a la cooperación internacional, y sufría. Era difícil cambiar el ombliguismo de "primero los de casa". No era algo nuevo, Mayte venía peleando con esa retórica alentada por el sistema desde hacía más de una década, cuando la crisis financiera llevó al desastre y a la miseria a más de un tercio del planeta y encima buscaba justificación. La ayuda al desarrollo casi se desmanteló, sobre todo en España. Pero ahora era peor, porque veía a los suyos agotados, estresados, sufriendo dificultades, ¿cómo vamos a sacar recursos para "vosotros" con las dificultades que tenemos aquí? Decirles que la cantidad para hacer frente a la covid en los países empobrecidos era similar a la fortuna de los tres hombres más ricos del mundo no servía de mucho. Solo podía repetir que se trataba de no dejar a nadie atrás, ni aquí ni en ningún otro sitio.

Mayte sentía que el peor recorte no era el del dinero, sino el de la capacidad para mirar más allá de uno mismo, que es lo que nos identifica como seres humanos. Una vez más sus maletas volverían llenas de ilusión, junto al material sanitario que solía llevar. Pero esta vez, no podría evitarlo, también de dolorosa tristeza.

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