Ajuste fino

Antonio Castro / Ancastro@huelvainformacion.es

El vendedor llega a su puerta

DEBE de ser muy duro eso de ser político y durante lustros y décadas pasar de casa en casa prometiendo las mismas cosas: carreteras, trenes, viviendas... Estamos acostumbrados a echarle a los políticos la culpa de todo y en parte puede ser que la tengan de muchas cosas, pero nos olvidamos de lo duro que es pedir el voto, sobre todo cuando se han pasado tantos años prometiendo lo mismo sin que se cumpla.

Abre usted la puerta y le aparece Javier Barrero con nuestro querido Mario, le dan un prospecto prometiéndole el desdoble de la carretera que va a la Sierra, coge usted el papel y lo pone encima del mueble de las cartas y resulta que allí tiene un papel parecido de hace cuatro años, ocho, doce, veinte años, con un arco-iris de colores del rosa al sepia según el tiempo de demora. Y lo mismo le ocurre con un político del PP, con sus prospectos y sus cosas.

Las promesas electorales son como un fondo sepia delante del cual se pasean los protagonistas de las campañas reflejando en él sus sombras chinescas para que los podamos intuir pero sin verlos.

Tienen un mérito los políticos que prometen cuando salen a la calle, van a los pueblos, llegan a su casa y le enseñan el mismo trazado de carretera que hace veinte años y además se lo dicen de una manera que parece como si se lo estuvieran vendiendo por primera vez. No todo el mundo serviría para ser político, porque no todo el mundo es capaz de ser tan buen vendedor de promesas que no se cumplen. Para serlo hace falta una sangre fría extraordinaria y una necesidad acuciante de seguir estando o queriendo estar en el poder.

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