Los vecinos del mundo de mentira

Sabe sacarle partido, desde luego. Cada like la hacer sentir tan bien… Cada corazoncito es tan, pero tan agradable...

E L tipo es un tigre. El mejor. Un auténtico crack. Impresionante. Es un genio, vaya, el chaval. Su inteligencia y un talento innato con el gatillo, con el volante, con los botones de izquierda y derecha, con las plataformas y con todo lo que se le ponga por delante lo han hecho el dueño del cotarro. Es divertido e ingenioso. Siempre tiene la palabra apropiada, el comentario más sagaz, el más mordaz, el más audaz. Es invencible. Asombroso. Así que todos lo siguen con admiración, como abnegados devotos. Simpático, generoso, solidario… siempre tiene un retuit en la culata para todo el que lo necesite. Es el rey del mundo y lo sabe, y por eso se levanta de su impresionante silla con una sonrisa satisfecha, que aún reluce en el reflejo de la negra y brillante pantalla que acaba de apagar. Ya apenas piensa en ello, pero en realidad nadie lo conoce. Lo idolatran y no lo han visto en su vida, aunque sospecha cómo lo imaginan: atractivo, puede que hasta alto. Y guapo. Amigo de todos, charlatán. Popular en el instituto. El más chulo del barrio.

Con ella, sin embargo, pasa todo lo contrario. Las chicas se giran parar mirarla bien, cuando se la cruzan, y la observan con envidia y admiración. Ellos se dan golpecitos con los codos y susurran palabras entrecortadas e ininteligibles. Es la cara más guapa y está en todas partes. Siempre a la moda. Siempre la mejor pose. Sus platos lucen increíbles, bebe los más deliciosos e imaginativos cócteles, los batidos más espectaculares, los cafés que mejor huelen. Pasea por sitios encantadores, por paisajes idílicos, y se recrea en ellos y los muestra con toda la belleza que puede sacarles desde la maravillosa cámara de su carísimo teléfono móvil de última generación. Sabe sacarle partido, desde luego, y cada like la hacer sentir tan bien… Cada corazoncito es tan, pero tan agradable, que cualquiera de los sacrificios que hace cada día, que no son pocos, resulta una nimiedad al lado de la recompensa roja brillante de un buen me gusta.

Hoy la ha visto. Él. En el portal, como cada día. Ella ni siquiera lo ha mirado, pero es lo normal porque nadie lo hace nunca, eso de mirarle. A veces se pregunta si es transparente, y eso le produce mucha tristeza. Siempre lo ha hecho, pero le consuela saber que aunque ahora, en el ascensor, hace como si no existiera, en el fondo ella lo admira. Lo sigue y se ríe con sus cosas y le hace comentarios ingeniosos y hasta le manda besitos. Está triste, sí, pero le consuela saber que no está solo. Que la escucha cada noche. Que no es el único que llora. Que hay más gente que se siente como él, vacíos, cuando apagan la pantalla y se dan cuenta de que su vida es un escaparate abierto a un mundo falso, virtual. Que es una persona de mentira.

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