Pasan los días, pasan las horas de un cálido -quizás excesivamente cálido y extraordinariamente desafortunado verano- que se nos ha ido de las manos, abrumados, sobrecogidos por tanta preocupación, tanta incertidumbre, tanta aflicción, tanta angustia y sobresalto que, aunque nos llegaba con más o menos proximidad, nos ha mantenido indemnes de ese virus que, como ángel exterminador, ha segado tantas y tantas vidas. Pero hemos de irnos entre inevitables dudas, sugerencias y consejos, si permanecer aquí en este paraíso -un tanto perdido como tantos otros de Huelva (Llorenç Villaronga el autor de Bearn o la sala de las muñecas, escribía que son los mejores)-, aquí en Mazagón, disfrutando del aire limpio y puro del litoral, de estos parajes que conservan su más pura y original naturaleza, de esta luz intensa y deslumbrante, de estos atardeceres malvas, juanramonianos, de esa visión placentera de ver desde la terraza de casa el lento navegar de los barcos que entran y salen del puerto de Huelva…

Echaremos de menos el rumor de las olas en las noches tranquilas los efluvios suaves, acariciadores y gratos, de estos densos pinares, del brezo, las olivillas, las sabinas, el jaguarzo, la retama, el romero y la abulaga, o las jugosas y dulces camarinas las "perlas comestibles" de las que escribía Juan Ramón Jiménez en su Platero y yo: "Vamos Platero, vamos ahora mismo a las Playas de Castilla a decirles a las camarinas, que sólo existen aquí en Moguer, en la Tartéside y que solo nos las hemos comido tú y yo, los carabineros, los fareros… los tartesios, los fenicios, los romanos, los moros…". Evocaremos con la fruición de su sabor único las de la Cuesta de Maneli, que el fuego, hace tres años, asoló voraz y destructivo. Un paraje de ensueño casi aniquilado que va recuperándose lentamente.

"El poeta ha apurado estéticamente las sugerencias sensuales del paisaje, decantadas, filtradas, idealizadas por la faena purificadora del recuerdo", escribía el inolvidable doctor Ernesto Feria Jaldón en el prólogo del libro De la luz en el agua, del poeta y escritor Juan Drago -¡qué pronto se nos fue!-, lo mejor que se ha escrito sobre Mazagón y sus playas "con el arco del ojo, donde la luz se agita teñida de rescoldos que antaño fueron llama, fueron hedor y látigo, y corazón, y nexo". Una amalgama mágica de verso y prosa para describir un edén y una naturaleza sorprendente y sutil Rastros sobre la arena anaranjada del paso de linces, lirones, comadrejas, zorros, erizos, meloncillos, culebras, víboras hocicudas, lagartos ocelados o los escasos camaleones, siempre amenazados por su posible extinción. Hay momentos en ese recorrido en que uno se siente auténtico dueño de un paraíso insospechado. Una experiencia vivificadora para gozar de la brisa marina, el aroma de las plantas, el canto de las aves… Estamos en un entorno privilegiado que goza de una historia llena de misterios y magia. El recóndito lecho de una deidad oculta.

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