E L sábado por la tarde asistí a uno de esos números que si alguien graba se vuelven virales en las redes sociales. Alrededor de las 20:00 estaba de regreso de unas compras navideñas cuando al pasar por los alrededores de la plaza Houston me llamó la atención el trasiego de chavales, adolescentes la mayoría y me atrevería a decir que ninguno mayor de edad. Proseguí mi camino mientras los observaba al pasar en su jueguecito. Deambulaban en grupos de 8-10 por las calles que rodean el antiguo estadio, subían y bajaban escaleras acelerados, no pocos con la mascarilla en la barbilla. Al llegar a la misma plaza descubrí el motivo. Varios coches patrulla se movían por la zona. Los chicos los esquivaban como si de un juego se tratase, un ritual absurdo y macabro con el que evitaban ser recriminados por el incumplimiento de varias normas básicas de seguridad sanitaria (con el regalito incluido en forma de multa para casa). Cerca de los diez meses después de iniciar la pesadilla de la Covid-19 hay quien sigue sin entenderlo.

Para unos la bromita les salió cara. Junto a lo que los veteranos podríamos identificar como la esquina de gol norte con fondo numerado había tres jóvenes retenidos e identificados por la policía. Nerviosos e inseguros, habían transformado la gallardía por rostros compungidos.

Ya no les hacía tanta gracia el jueguecito. La carta que recibirán en sus casas en los próximos días hará mucha menos ilusión que la de los Reyes. No me dio ninguna lástima. Ni ellos ni los cientos de adultos que en el puente se llevaron una multa de recuerdo por saltarse el confinamiento. Ya está bien.

Las caras de los agentes al pasar hablaban por sí solas. Entre la impotencia, la resignación y la desesperación los miraban. Los cuerpos y fuerzas de seguridad deberían estar centrados en protegernos de aquellos que atentan contra las bases del sistema, de sus derechos y libertades, que tiene que ser su verdadera función o reforzando los dispositivos de lucha contra la pandemia en una labor que junto a la de muchos otros colectivos nunca podremos agradecer lo suficiente como sociedad. En cambio, los tenemos desde hace demasiado tiempo desplegados para protegernos de nosotros mismos, de nuestra estupidez. Para esa no hay vacuna.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios