Antonio Carrasco

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La vacuna de la desinformación

A LOS periodistas nos gusta hablar de nosotros mismos. Es un vicio que tenemos. Si dos periodistas se juntan toda la conversación va a girar sobre su profesión, lo mal que está, lo que hace tal o cual o las novedades del gremio. Somos así, tan endogámicos que hacemos girar nuestra vida sobre los colegas que comparten trabajo y hasta nuestras relaciones sentimentales están más que condicionadas por el oficio. Aquello de un periodista tiene que terminar con otro periodista porque es la única forma de que acepten las peculiaridades del oficio es algo que quien se dedica a esto ha escuchado mucho (y cumplido). Entiendo que sucederá con otros desempeños. Los médicos hablarán de cosas de medicinas y los arquitectos de novedades urbanísticas. Lo desconozco porque mis relaciones se circunscriben en altísimo porcentaje a compañeros de profesión y familia. Somos así. Siendo ayer San Francisco de Sales, patrón entre otras cosas del periodismo, la tentación de escribir de nosotros mismos era grande. Tanta como para no caer en ella.

Los periodistas nos debatimos de forma crónica entre la pasión por el oficio y la frustración por las circunstancias que lo rodea. Siempre ha sido así, por más que ahora nos parezca vivir una situación novedosa. Inmersos en una crisis de dimensiones desconocidas, la profesión no escapa de sus problemas y a la vez alimenta su paradoja. Lo pasa peor cuanto más necesaria es. Los medios de comunicación padecen las oscilaciones de la economía de forma acusada por su dependencia de los ingresos de otros. La publicidad se cae y el consumo se hunde. Sucede en un momento en el que el periodismo es más necesario que nunca. El de verdad, claro, porque uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos es al de defender nosotros mismos nuestra labor. No todo es periodismo, suele decir compañero, cada vez que lee alguna barbaridad de personas sin formación que piensan que todo lo que se publica en un perfil de dudosa procedencia ya debe tener rango de noticia o de información. Ni todo es periodismo ni todo el que sale en un medio o toma prestado un micrófono es periodista.

Por eso no está de más defender el trabajo periodístico serio, hecho por profesionales de forma veraz, con horas de esfuerzo y kilómetros a las espaldas. En los tiempos de las redes sociales, los bulos, las historias sin fondo construidas con tres fotos cogidas de dudosa procedencia y las fakenews resulta esencial la labor fiscalizadora que hacen los medios y el oficio del periodista, así como valorar el sacrificio de quien pone todos los días al servicio del ciudadano un bien tan perecedero como es la información. Desde que hace un año se declaró esta dichosa pandemia la profesión ha sufrido mucho, tanto como se ha reivindicado su labor. Por eso, contra la desinformación somos la única vacuna.

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