El último cuarto de la vida

La longevidad hasta el siglo se convierte en una meta posible para un buen porcentaje de la población

En el entorno privilegiado (no para todos) del mundo desarrollado que nos ha tocado vivir, la longevidad hasta el siglo se convierte en una meta posible para un buen porcentaje de la población. Hábitos saludables de vida, una alimentación adecuada y los avances de la medicina son herramientas que científicos y estudiosos ponen a nuestro alcance para lograrla. Bien es verdad que otras mal llamadas ventajas de la civilización conspiran en sentido opuesto, vistiendo con ropajes atractivos las diversas formas de polución de ambientes y almas. En todo caso esto forma parte de la dualidad de este mundo y pone a prueba nuestra libertad -relativa, eso sí- de optar entre las distintas alternativas.

Esos cien años teóricos de la duración del camino, incierto e inexorable, que conduce del nacimiento a la muerte, podríamos dividirlos en cuatro etapas de 25 años. Esquemáticamente, la primera etapa correspondería a los años de formación y aprendizaje, con el apasionante proceso de conversión del niño en persona adulta. Entre los 25 y los 50 años, se perfeccionan las capacidades intelectuales y se alcanza el mayor rendimiento en el ámbito laboral; también se procrean los hijos, que se convierten en una motivación decisiva de la existencia. Al atravesar la línea del ecuador de la vida, hombres y mujeres, alcanzada la madurez, ricos en experiencia, están en condiciones de desviar el foco desde sus objetivos personales, sin renunciar a ellos, hacia horizontes más amplios: los propios descendientes o la sociedad en general, necesitada de espíritus solidarios para paliar las escandalosas desigualdades e injusticias que dominan el planeta.

A los 75 años se iniciaría la última etapa. Es tiempo de balance y de recuerdos, también de disminución de facultades, pero encierra opciones para convertirse en gloriosa culminación de una vida. Por una parte, nunca es tarde para continuar creciendo interiormente. Por otra, el caudal de sabiduría recogido a lo largo del camino, dejadas a un lado ambiciones de corto alcance, puede encauzarse de forma positiva. Uno de los absurdos de nuestra sociedad es el hecho de que permita que se dilapide el talento y la experiencia de tantas personas que, llegada la edad de la jubilación, dejan de transmitir su legado a los más jóvenes. Estoy franqueando el umbral de esta etapa. Se abre ante mí una gran incógnita. Intentaré descifrarla viviendo en plenitud.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios