último baile

A lo que se enfrenta el Gobierno es a un país que se abisma aceleradamente en la desgracia

España, usufructuaria tenaz del esperpento, goza de cierta facilidad expresiva a la hora de retratar al Enemigo Malo. De ahí que los pijas de Podemos hayan dado en encontrar su Némesis en los pijas de Serrano, en una batalla propagandística que pudiéramos titular como la batalla de los Pocholos contra los Cayetanos, siendo los Pocholos la progresía aseada y levantisca, hija de la burguesía de siempre (Iglesias, Errejón, Isa Serra, Lilith Vestringe, y un prolijo y acomodado etcétera), que se queja amargamente de las quejas de otro sector de la población, también acomodado. O sea, los Cayetanos. Todo lo cual se ha querido presentar, además, bajo la sospecha de cierta voluntad poco democrática, contra la cual se alza, pura y sin mácula, la noble burguesía podemita.

Por resumir, uno acudiría aquella imagen, carente de rigor histórico, recogida bajo el rubro de "discusión bizantina". Según esta secular patraña (léase a Runciman), el clero ortodoxo seguía discutiendo sobre el sexo angélico mientras la bárbara cañonería de Orban, un cristiano húngaro a las órdenes de Mehmet II, batía las murallas de Constantinopla. Supongo que todos los españoles de mi edad hemos padecido la prédica de algún voluntarioso chico/chica progre, que nos adoctrinaba con un pie en el Golf GTI, camino de la profunda noche, mientras los demás nos entregábamos a la reacción y al tedio. Esa maravillosa y un poco reiterativa exudación de las clases medias, hoy corre el riesgo de no calibrar bien a qué se enfrenta. Y a lo que se enfrenta no es a un breve tumulto de Cayetanos, prontamente caricaturizados por los Pocholos. A lo que se enfrenta, una vez olvidada la anécdota de Serrano, es a un país que se abisma aceleradamente en la desgracia. En breve, serán millones los españoles que tendrán motivos para la queja. Una queja que guardará relación o no con la ejecutoria del Gobierno; pero una queja que no podrá solventarse con la caricatura del pijo revoltoso ni con la apelación a la propaganda adversa. Esta estrategia, idéntica a la escogida por el nacionalismo catalán, adolece de un pequeño inconveniente: ignora la realidad exterior.

Es sabido que Churchill, durante la guerra, frecuentó las páginas de Gibbon y su Decadencia y caída del imperio romano. De hecho, buena parte de su solemne y eficaz retórica se debió al infortunado sabio dieciochesco. Acaso sea el momento de que el Gobierno abandone su retórica guerracivilista y comience a dirigirse, con la solemnidad debida, a todos los españoles.

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