La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

La última farsa de ETA

Los etarras no lo han dejado por la convicción de que matar es malo, sino porque matando, y mucho, han sido derrotados

Siempre tan teatrera, ETA echó definitivamente un telón que ya había caído en octubre de 2011 cuando dejó las armas. La única razón por la que antes les prestábamos atención era porque mataban, secuestraban y extorsionaban. Sin eso no eran nada. No han sido nada en estos siete años. Si acaso, el recuerdo de una pesadilla. Desde el jueves, ni siquiera eso: unas líneas en la historia universal de la infamia, un párrafo en la historia del crimen.

Josu Ternera y Anboto -dos asesinos en serie- bajaron ese telón en una última representación de la farsa grotesca que ha durado cincuenta años con paradójica forma de tragedia: sin pedir perdón por las 853 vidas arrancadas y las muchas miles de vidas rotas, sin abjurar de la violencia perpetrada y sin contar la verdad de por qué han abandonado. Que no fue por la convicción de que es malo matar, sino porque matando, y matando mucho, han sido derrotados. Estrepitosamente.

Derrotados por la democracia española cuando aplicó a fondo a la banda sus armas legales y políticas (pacto antiterrorista, ley de partidos, policías y jueces, colaboración internacional) y crecidos, en cambio, cuando se les quiso combatir con la guerra sucia. Sin conseguir ninguno de sus objetivos fundacionales, como la autodeterminación de Euskadi y la absorción de Navarra, y ni siquiera sus variados objetivos estratégicos, como la amnistía o el traslado de sus presos. Fracaso en todo, menos en la capacidad de hacer daño y causar sufrimiento.

Mientras han podido. Hace años que ya no pueden, y es por eso, sólo por eso, por lo que se inventaron esa rendición a plazos -la propaganda queda asegurada- ahora solemnizada gracias a los tontos útiles que atienden al título de "mediadores internacionales" y a comparsas inútiles del tipo Podemos y UGT que se prestan al numerito. Y, claro, como la disolución no es fruto del arrepentimiento, sino de la conveniencia, ni de una reflexión sobre la ilegitimidad de su existencia, sino de la conciencia de la derrota y la necesidad de sobrevivir a ella, no pueden evitar que les asome la patita por debajo del cálculo interesado.

Por eso no se arrepienten, no pidieron perdón a todas las víctimas -sino disculpas a una parte de ellas-, pretenden explicar sus crímenes como abscesos de un conflicto que empezó con la Legión Cóndor y no renuncian a su proyecto político. Como el escorpión, no lo pueden evitar. Es su condición.

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