¿Qué ha triunfado en Italia?

¿Por qué habría de descomponerse Italia ante la intachable victoria de una mujer sin mácula?

No parece que corran tintas de sangre las aguas del Tíber bajo los puentes romanos, ni siquiera se han desplomado las bolsas... Italia, que pudo soportar no hace tanto el triunfo electoral del tinglado de ocasión de un caricato, y que durante años ha visto cómo se le imponían gobiernos proconsulares sin respaldo democrático alguno, ¿por qué habría de descomponerse ante la intachable victoria de una mujer sin mácula? Giorgia Meloni no es, en absoluto, una desconocida, es radicalmente falso que carezca de la experiencia política necesaria, pero, sobre todo, es heredera de una tradición de fidelidad a unos ideales, resistencia y movilización por completo inmune a las descalificaciones de sus enemigos, al ostracismo e incluso a la persecución.

Una tradición que durante décadas supo mantener encendida la llama que era el símbolo del mítico MSI, que siguió siéndolo de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini y que hoy caracteriza el logo de Fratelli d'Italia. Nada de populismo a la moda, nada de soluciones ilusorias, nada de demagogia barata. Aquí lo que ha triunfado, de un modo imprevisible hace sólo tres años, es una fuerza curtida durante décadas en mil batallas contra el predominio apabullante de la izquierda comunista en los barrios, las fábricas y las universidades. Una fuerza que, liderada ahora por una mujer excepcional, no se va a dejar amilanar por la rabia incontenida de quienes ven cómo año a año, elección tras elección, y a pesar de la campaña continua de odio inducida desde la inmensa mayoría de los medios, se van apagando sus esperanzas de hacer firmar su autodisolución a los pueblos de Europa.

La victoria de Fratelli d'Italia va a tener grandes consecuencias. El respaldo a los exitosos experimentos que suponen los gobiernos de derecha en Polonia y Hungría, vendrá ahora de la mano de la tercera potencia de la UE, tanto en términos económicos como de influencia política. Giorgia Meloni, posibilista, no hará nada que comprometa el futuro de su Gobierno o, menos aún, el de Italia, pero podemos apostar a que no dejará de hacer todo lo que sea factible -y sus capacidades son enormes ahora- para consolidar y estimular el crecimiento de las fuerzas y gobiernos afines. Esa ha sido parte consustancial de la tradición política que el pasado domingo triunfó en Italia, y que contribuyó a hacerla grande mucho antes de ganar el laurel de las urnas.

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