Visiones desde el Sur

La tragedia griega (I)

La democracia permite cambiar a quienes nos representan cada cierto tiempo

Aveces me pregunto por qué han de ocurrir ciertas cosas. Las mismas siempre. Año tras año. Siglo tras siglo. Como si los ciclos económicos a la fuerza debieran ser circulares, por naturaleza, como nos explican una y otra vez los economistas con esas bonitas figuras en diente de sierra: ahora se sube y, ahora, toca bajar.

Y no, no. No me lo creo. Ya no creo en nada ni en nadie. Nunca debí creer, por otro lado. A mi edad necesito que me expliquen las cosas, porque todo, todo, tiene un fundamento, una cuna, una raíz.

El caos que conforma el universo y del que nacemos todos, cosas y seres, no permite tal afirmación economicista de los ciclos vitales que nos afectan, por mucho que las reglas del mercado hayan asentado sus pontificias y reales posaderas en la gobernanza del mundo por encima de otras posiciones más humanistas, más solidarias. No.

Para entendernos de una vez, las cosas son así, como suceden, en cualquier lugar y tiempo, porque alguien las provoca, es decir, todo tiene una génesis, una razón, un movimiento que hace que la bola ruede en una dirección y no en otra.

Aunque las más de las veces, esas cuestiones están ocultas porque en el discernimiento de esos misterios se sustenta el poder de los que nos dirigen. Nada más, ni nada menos. Y el pueblo, siempre sufrido pueblo, por desconocimiento, tiene secuestrada la palabra digan lo que digan quienes lo digan. Pero no seamos ilusos, esto no va a cambiar. La mentira o la omisión de la verdad o de parte de ella, entran dentro de los manuales del correcto magisterio de la res pública. Ya saben, aquello de que el conocimiento es poder.

¿Y la ciudadanía, qué hace mientras? Pues, deposita su confianza en grupos políticos que ofrecen unas tablas de la ley (programas electorales) y, cada cual, según su fuero interno o sus intereses, vota al mejor postor.

Y, este es, sin duda, el mejor sistema político de todos los existentes, porque, la democracia, permite cambiar a quienes nos representan cada cierto tiempo.

Para ello, acudimos a las llamadas que se nos hacen, estudiamos las ofertas, oímos a los postulantes, y, como personas maduras e informadas (supuestamente), se induce que elegimos a los mejores para que, a su vez, conformen el mejor gobierno y lleven al parlamento cuantos cambios decían que eran necesarios para mejorar nuestras vidas. Y en esas estamos, desde siempre, desde que nos unimos en hordas para mejor defendernos de la otredad.

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