En torno a la inmortalidad

Hay personas que albergan dudas serias sobre lo que hallarán al traspasar el umbral

Andaba preocupado Mario Conde, el detective creación de Leonardo Padura, tan cubano como su propio autor, por haber superado los sesenta años, considerando que, como si de un partido de baloncesto se tratara, había entrado en el último cuarto del partido, los últimos veinte minutos, en su caso, años. A decir verdad, el personaje no tiene tantos motivos para la angustia, ya que el genio de Padura le garantiza, si no la inmortalidad, al menos una longevidad muy dilatada. Isaac Asimov, el famoso escritor de ciencia ficción y divulgador científico, afirmaba que la única inmortalidad posible para el ser humano es la de las células germinales que se transmiten de generación en generación; no deja de ser un consuelo… Para los que tienen descendencia eso supone además que la vida de una parte de nosotros puede no solo eternizarse, sino incluso multiplicarse de forma exponencial, en existencias compartidas con otras personas de nuestro linaje.

La creencia en otra vida después de la muerte es un dogma en diversas religiones y en algunas adopta la modalidad de la reencarnación, que me parece una solución imaginativa e incluso poética. Sin embargo hay muchas personas, entre las que me cuento, que albergan dudas serias sobre lo que hallarán al traspasar el umbral de la puerta que se abre a lo desconocido o tal vez a la nada. La ciencia carece de evidencias incontestables para despejar esta incógnita. Un científico tan eminente como Louis Pasteur, creía en la inmortalidad, como creía en un Dios creador porque "hay algo en la profundidad de nuestras almas que nos dice que el universo debe ser más que una combinación de compuestos propios de un equilibrio mecánico surgido del caos". Recurría a la fe en aquello que la ciencia no sabía explicar.

Estas reflexiones quizá acuden a la mente con más frecuencia cuando uno se encuentra al final de su último cuarto, tras el cual el árbitro (¿existe un árbitro en este juego?) puede conceder algunos minutos / años más como prórroga. En mi opinión, para los que no tenemos el don ¿o la inconsciencia? de poseer una fe a prueba de dudas, una salida plausible podría pasar por realizar un ejercicio de humildad por el que reconozcamos que no somos nada por nosotros mismos, solo un modesto eslabón de la cadena de la vida de la humanidad, situado entre el que le precede y otro que le continuará. Y lo importante es la cadena, no los eslabones.

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