Un torero

No quieren morir, eso es evidente, pero saben que morir atravesado por un cornalón te lleva a la gloria

Otra vez un torero ha muerto en plena celebración litúrgica. Cuando oficiaba el sagrado, por antiguo y ancestral, rito del enfrentamiento entre la bestia y el hombre, ha caído víctima de la fiera. Un torero que muere en la plaza es como un sacerdote que fallece en el altar, o un médico que lo hace en un quirófano. Profesiones mistéricas, místicas, que el noventa por ciento de los mortales no entiende. Un sacerdote dedicado a la cura de almas, sin estar sujeto a días ni horarios, es algo que sólo comprende otro que ha sido llevado a la misma vocación. Que un médico lleve a cuestas de su mente y de su corazón, todo el día, todos los días, aquellos enfermos suyos más vulnerables y que tienen puesta en él sus más vibrantes esperanzas, tampoco lo entiende otro que no sea como él. A un torero no lo comprenden siquiera los aficionados taurinos. Sólo sus compañeros de armas saben lo que corre por sus venas, por su alma y por su corazón. Cuando un torero muere en una plaza el dolor es infinito para sus más cercanos, para sus compañeros y para los aficionados. Llevo un día y una noche en las que la imagen de Iván Fandiño no se ha retirado un momento de mi frente. Cuando un torero muere donde él sabía que podía morir cualquier tarde, y lo aceptaba sin más duda ni historia, hay lágrimas, pero la mayoría se tragan. Todos los que le rodean sabían lo que es un torero. Y todos querían al torero tal como él quería ser: Torero. Y todos aceptaban que cualquier tarde el destino te da una voltereta y te pone camino del cielo.

No trato con este artículo de emocionar a nadie, ni de explicar algo, ni de convencer a ningún antitaurino. Todo eso me coge ya de lejos. Sólo intento poner negro sobre blanco mis sentimientos, mis convicciones, mis imágenes. La muerte de un torero no echa para atrás a ni un solo aficionado. Nadie deja de ir a la plaza por este motivo. Los que amamos esta celebración sin igual, arraigada en nuestros cromosomas, en nuestro ser y estar en la vida, sabemos de qué va esto. Y esto va de gloria y de muerte. De una de las dos cosas o de las dos. La primera no implica la segunda, pero esta sí va unida a la primera. Dijo Petrarca que "un bel morir tutta la vita onora". Y eso los toreros no sólo lo saben sino que lo llevan incrustado en el alma cada tarde de corrida. No quieren morir, eso es evidente, pero saben que morir atravesado por un cornalón te lleva a la gloria, a la de Dios y a la de los hombres. Hoy el buen torero vasco, muerto en la bendita tierra taurina francesa, ya está en las dos. Un abrazo, maestro.

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