Visiones desde el Sur

El tío del saco

Ahora, lo que meten en el saco es mi dinero -y el de todos-, además del sudor y la sangre, y se lo llevan

Resulta difícil respirar el ambiente de desilusión y de apatía que circula como un extraño vahído por el interior de parte de la ciudadanía y, a su vez, comprobar el regocijo de otra buena parte de ella. La antítesis parece ser la norma conductual venidera y haberse perdido por frondas boscosas el término medio: el consenso en lo vital.

Cuando era un infante mis progenitores me asustaban y mucho con dos frases lapidarias que se me quedaron grabadas a hierro en la memoria. Cuando querían amedrentarme decían: pórtate bien o vendrá el tío del saco a llevarte; o bien, esta otra variedad aún más tétrica: si no haces las cosas bien vendrá el cochecito rojo y te chupará la sangre.

Ese pánico a las cosas indefinidas, sin rostros ni nombres, adquirido por aculturación, forma parte de lo que soy, y, diría más, de lo que somos todos. El miedo visceral, que no el razonado, está asociado a lo que no podemos imaginar. Bueno… miren por dónde, el tío del saco y el cochecito rojo han aparecido de nuevo en mi vida. En mi infancia, o me chupaban la sangre o me metían en el saco para llevarme. Ahora, lo que meten en el saco es mi dinero -y el de todos-, además del sudor y la sangre, y se lo llevan. A qué lugar, no se sabe. Se trata de abaratar los salarios, eliminar derechos, reducir lo público, engordar lo privado… en fin, ya sabe, eso que se acerca no solo en España sino en el orbe todo.

Los que hacen tales cosas no poseen nombre ni cara, pero nos exprimen: se llevan la pasta sin que podamos saber cómo lo hacen. La única referencia que disponemos de quienes nos roban es que están asociados en un tinglado al que le llaman Mercado, un eufemismo que lo mismo puede esconder un esto que un lo otro. Parece ser que este nuevo -siempre viejo- tío del saco, fue concebido para llevarse las plusvalías, es decir, el diferencial del coste existente entre el producto en origen y su valor final. Mirado así, no parece del todo malo el Mercado, pero, desde que nació como un trueque, es decir, yo te doy esto y tú me das aquello, el negocio ha cambiado mucho. Este constructo ha perdido la vergüenza y, ahora, quiere quedarse con todo: incluso con nuestras vidas. No hay reparo ético, social o político en sus transacciones, sólo economía pura y dura: ganar el máximo de dinero posible en el menor tiempo, arriesgando poco o nada, y salir corriendo a esconder la manteca en donde nadie pueda encontrarla.

Y así andamos, viéndolas venir, en el mundo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios